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También es invierno para Putin

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Albert Sáez

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El entusiasmo por la respuesta europea a la invasión rusa de Ucrania ha decaído con el paso de los días. Los efectos colaterales en forma de incremento de los precios de la energía han desbaratado las economías de los 27 y han llegado hasta el último rincón del continente. La disyuntiva entre los principios y los intereses no siempre cae del lado correcto de la historia. Los gobiernos democráticos, sensibles a los estados de opinión desde mucho antes de la irrupción de las redes sociales, han reaccionado compulsivamente con una batería de ayudas a los consumidores, límites a los precios y a los beneficios de las empresas del sector y con el anuncio de restricciones en el uso de la energía. Todo muy desmoralizador. Y el invierno que viene aún se anuncia más negro. Como escribía hace unos días Olga Merino, todos los grandes proyectos europeos, de Napoleón a Hitler, sucumbieron en el invierno ruso. La UE podría ser el próximo.

Mientras, las guerras siempre son más soportables para las dictaduras como la de Putin. Acaba de ganar con margen las elecciones regionales. La de Ucrania es una guerra sin muertos en Moscú. La primera línea de fuego rusa está a cargo de mercenarios llegados de Siria y otras zonas conflictivas en la órbita rusa. Las sanciones, de momento, solo afectan a los oligarcas que no pueden protestar. Pero, hay que recordar que Rusia no exporta nada que no sea petróleo y energía. Los precios han subido pero su cartera de clientes se ha reducido. Putin aparenta salir indemne de la aventura en Ucrania pensada para humillar a Occidente más que para salvar a los rusos de aquel país. El invierno ruso es también duro para los rusos, aunque sean más resistentes al frío.

En este contexto, llegan las primeras noticias positivas sobre la campaña militar de las tropas de Zelenski. Parecería que la ayuda occidental ha dado algún fruto. Hay que ser cauto. Ucrania tampoco es un paraíso democrático. Y la primera víctima de la guerra es la verdad. Pero en todo caso, cuando paguemos en el supermercado y en la gasolinera o cuando miremos, abrigados dentro de casa, las calles oscuras de nuestras ciudades, podremos pensar que ha servido de algo. Y no solo para consolidar la hegemonía de Estados Unidos como dice la propaganda prorusa.  

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