Artículo de Ignacio Álvarez Ossorio

¿Otoño de descontento árabe?

Excepto en las petromonarquías, que nunca habían tenido tantos recursos e influencia como hasta ahora, la situación es explosiva y tan solo una cerilla podría provocar una devastadora deflagración

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Ignacio Álvarez-Ossorio

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Tras la calma estival se avecina un otoño difícil para el mundo árabe. A la devastadora crisis humanitaria provocada por el covid-19 le siguió la crisis energética y alimentaria derivada de la invasión de Ucrania por parte de Rusia y, ahora, la crisis climática mundial, con el verano más seco y cálido del último siglo. Cuando parecía que el Norte de África y Oriente Próximo empezaban a levantar cabeza y a recuperarse, estas nuevas crisis han encendido todas las alarmas.

Aunque a menudo se suele dibujar al mundo árabe como un bloque monolítico y sin fisuras, lo cierto es que es sumamente heterogéneo y complejo, por lo que no todos sus países se encuentran en la misma situación. Aquellos que se encuentran en una posición más vulnerable son los que padecen conflictos de larga duración, como es el caso de Libia, Siria o Yemen, donde la superposición de crisis está siendo más devastadora. También aquellos que han experimentado una segunda ola revolucionaria en los últimos años, como Sudán, Líbano e Irak, se encuentran al borde del abismo, ya que no disponen de los instrumentos necesarios para afrontar dichas crisis y no son lo suficientemente relevantes en términos geopolíticos para atraer la ayuda internacional

Un segundo grupo lo componen aquellos países que no disponen de grandes recursos energéticos y cuyas economías se basan en el sector servicios y la agricultura, como es el caso de Marruecos, Túnez o Egipto. Todos estos países se han visto azotados por la devastadora sequía, lo que ha provocado que sean mucho más dependientes de la ayuda exterior, ya sea de las instituciones internacionales o de las petromonarquías del Golfo. En la mayor parte de los casos, han sido grandes importadores de cereales, tanto de Rusia como de Ucrania, los dos mayores exportadores de trigo a nivel mundial con casi un 30% del total. 

El caso más paradigmático es el de Egipto, el país más poblado del mundo árabe con más de cien millones de habitantes y el principal importador de trigo a nivel mundial. A principios de año, importaba el 80% del trigo que consumía de Rusia y Ucrania, al igual que Líbano. Otro tanto se puede decir de Sudán o Libia, que importaban de ambos países el 75% de su trigo o Túnez, con más del 50%. El alza generalizada de los precios de los cereales y la energía ha provocado una espiral inflacionaria, que ha obligado a los gobernantes árabes a incrementar sus subsidios a los alimentos básicos para intentar contener el descontento de la población, lo que a su vez ha hecho un roto a las cuentas ý provocado el aumento del déficit público.

La situación, por lo tanto, es explosiva y tan sólo una cerilla podría provocar una devastadora deflagración. En la década de los ochenta del pasado siglo, el Fondo Monetario Internacional obligó a buena parte de los países magrebíes a retirar sus subsidios, para tratar de sanear las cuentas públicas. El resultado fue devastador, ya que esta medida desencadenó las revueltas del pan, que fueron brutalmente reprimidas dejando miles de muertos. De ahí que las petromonarquías del Golfo hayan acudido ahora en ayuda del régimen egipcio para impedir que la inseguridad alimentaria se traduzca en una nueva ola revolucionaria, similar a la registrada en 2011, que ponga patas arriba el precario orden regional ya que, como es bien sabido, cuando Egipto estornuda el mundo árabe se constipa.

De hecho, son los países más ricos en hidrocarburos, como Arabia Saudí, Emiratos Árabes Unidos o Qatar, los que se encuentran mejor posicionados para afrontar estas múltiples crisis, ya que el incesante alza del gas y el petróleo ha disparado sus ingresos y, por lo tanto, les ha permitido afianzar su posición, tanto en el ámbito doméstico como regional. De hecho, nunca antes habían gozado de tal combinación de recursos e influencia como hasta ahora.

En cualquier caso, el futuro cercano del mundo árabe está estrechamente ligado a la evolución del conflicto entre Ucrania y Rusia. De intensificarse las hostilidades en los próximos meses no hay duda de que la crisis se acentuará, lo que podría llevarnos a un otoño de descontento, donde el malestar generalizado se traduzca en nuevas protestas que podría desestabilizar a buena parte del Norte de África y Oriente Próximo.

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