Una Diada antipolítica
La discreta asistencia a la manifestación expresó la división en el independentismo, agravada en los días previos con los enfrentamientos entre JxCat y la ANC con ERC
Editorial
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Unas 150.000 personas, según la Guardia Urbana, acudieron a la gran manifestación de la Diada, 48.000 más que el año anterior, aún en plena pandemia, pero una cifra muy alejada de las masivas marchas en los años álgidos del ‘procés’. La discreta asistencia fue la expresión de la división en el independentismo, agravada en los días previos con los enfrentamientos entre Junts per Catalunya (JxCat) y la ANC con Esquerra Republicana (ERC), cuyos dirigentes, empezando por el ‘president’ Pere Aragonès, no asistieron.
ERC explicó la ausencia de sus dirigentes porque la ANC había orientado la manifestación contra los partidos políticos, y en especial contra el partido republicano. La prevención estaba justificada porque la mayoría de los lemas de la marcha estaban dirigidos contra los políticos, con acusaciones de ‘botiflers’, de traidores, de haber abandonado “al pueblo”, e incluso con invectivas escatológicas contra los partidos independentistas y sus dirigentes. La ausencia de ERC evitó que sus representantes fueran abucheados, como ocurrió el sábado por la noche en el Fossar de les Moreres y el domingo por la mañana en la ofrenda floral a Rafael Casanova.
Los discursos con que se cerró la marcha fueron también ilustrativos de la división independentista. Mientras el presidente de l’Associació de Municipis per la Independència, Jordi Gaseni (ERC), alcalde de L’Ametlla de Mar, y el presidente de Òmnium Cultural, Xavier Antich, dirigían su tono mitinero contra el «Estado español», la presidenta de la ANC, Dolors Feliu, arremetió al final de su parlamento contra los partidos, a los que emplazó a declarar la independencia o convocar elecciones. «Pedimos a nuestros representantes que hagan la independencia; si no, la haremos nosotros», dijo, refiriéndose «a la base», a la sociedad civil, y amenazó con presentar una lista cívica formada por la ANC en las próximas elecciones. En una dura intervención, acusó también, por supuesto, al Estado español de todos los males que sufre Catalunya. «Bajo el yugo de España no hay libertad» ni democracia porque «la independencia de Catalunya es la única libertad», espetó.
Esta visión irredentista del independentismo, que plantea la independencia como si se fuera a conseguir solo por la voluntad de los catalanes que la desean, que ni siquiera son la mayoría social, contrasta aún más con la posición que el presidente de Òmnium había expresado por la mañana en un acto al que sí asistió Aragonès. Antich apeló a atraer a nuevas voces hacia el independentismo, es decir, a ampliar la base, como dice ERC, y criticó tanto a la ANC como a los partidos por haber roto la tríada que formaban JxCat, ERC y las entidades soberanistas. Pero en absoluto descalificó a los partidos. “No hay ningún pueblo que pueda decidir su futuro sin instituciones o partidos. Nunca cederemos a la tentación populista de la antipolítica”, señaló, y reconoció la parálisis que vive el independentismo, que debe ser “reactivado”, en su opinión, por el inicio de un nuevo ciclo político, que olvide la nostalgia del 1-O.
Todo lo contrario de lo que se jaleó en la manifestación de la tarde, con continuas alusiones al 1-O y críticas a la mesa de diálogo, y de lo que defiende JxCat, que considera que un nuevo referéndum no es necesario porque, en palabras de Jordi Turull, “ya votamos y ganamos el 1-O”. Este es, en realidad, el meollo de la cuestión: las dos estrategias irreconciliables (por ahora) del independentismo, que volvieron a quedar de manifiesto en una Diada que ya no solo aleja a los catalanes no independentistas, sino que tampoco acoge a todos los independentistas.
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