Artículo de Jordi Nieva-Fenoll

Que no lo llamen 'golpe de estado'

Usurpar interesadamente el nombre de las cosas no contribuye a nada, ya sea para referirse a la conducta del PP con respecto al bloqueo de la renovación del CGPJ como a casi todo lo acaecido en el 'procés'

Carlos Lesmes da el discurso de apertura del año judicial ante el rey Felipe VI.

Carlos Lesmes da el discurso de apertura del año judicial ante el rey Felipe VI. / EPC

Jordi Nieva-Fenoll

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Existe una vieja tendencia, muy extendida, consistente en exagerar las críticas hacia aquello que se detesta. A veces se utiliza la sátira, la burla o la simple hipérbole, identificando lo odiado con el mal de todos los males. En ocasiones esa tendencia se traslada al terreno de la política. En los últimos cinco años ha sucedido en España al menos en dos ocasiones muy concretas.

La primera fue con respecto a casi todo lo acaecido en el 'procés'. Se descalificó -en España- desde el principio todo lo sucedido sin dar la más mínima oportunidad a un diálogo público, que tal vez hubiera evitado el fracaso del que se desarrolló en privado. Al contrario, en público se ridiculizaba la pretensión de independencia, se escogían las declaraciones separatistas más hiperventiladas -que en realidad eran marginales- dándoles una resonancia enorme, y así se acusaba a los independentistas prácticamente de querer perpetrar una limpieza étnica. Se utilizaron términos gruesos como “fractura”, “desafío”, “locura” o “decapitación” entre otras lindezas repetidas hasta la náusea en los medios en aquellos días, y finalmente se utilizó la expresión, nada ingenua, de “golpe de Estado”, que sirvió para asentar una descabellada acusación de “rebelión” de la que tuvo que apartarse el mismísimo Tribunal Supremo en el último suspiro.

Curiosamente, en estos días ha vuelto a sacarse del armario de los horrores esa imprudente expresión, 'golpe de Estado', para referirse a la conducta del Partido Popular con respecto al bloqueo de la renovación del Consejo General del Poder Judicial. Y así como durante el 'procés', y aun después, fue imposible que la mayoría asumiera un evidente error semántico, tal vez ahora sea más sencillo, sobre todo por quien está protagonizando el bloqueo.

'Golpe de Estado' no es una expresión cualquiera. Se trata de una maniobra inequívocamente violenta, o que al menos hace exhibición o amenaza de violencia aunque luego no llegue la sangre al río. Si no concurre ese elemento, en lengua española -miren el diccionario- no se puede hablar de 'golpe de Estado', salvo que se pretenda que lo sea la proclamación de las dos repúblicas españolas. Es cierto que a veces hay cambios de régimen que sobrevienen prácticamente por aclamación de los poderes fácticos del momento, inclusive la población. Pero nada de eso es un golpe de Estado. Los ciudadanos que se manifiestan pacíficamente -o con incidentes mínimos- exigiendo un cambio de régimen que finalmente consiguen, no perpetran un golpe de Estado. Ni siquiera incurren en sedición. Simplemente ejercen su derecho de manifestación para que esos poderes citados vean respaldada la voluntad de cambio. Se le puede llamar 'plebiscito callejero' si se quieren forzar los términos para buscar una expresión adecuada que no sea violenta, pero no es un golpe de Estado.

Pues bien, las actuaciones de los poderes públicos ejercidas dentro de sus competencias, incluso con toda la mala fe que se quiera pero sin violencia, tampoco son un golpe de Estado, también cuando incumplen las leyes, puesto que mecanismos hay para frustrar esas actuaciones. El PP ejerce su bloqueo porque nadie le puede obligar a negociar, pero se encontrará probablemente con más reformas legales para eludir el bloqueo y hacer que la Constitución se cumpla. Hay una diferencia entre todo eso y tomar por las armas la sede del Consejo General del Poder Judicial.

Las leyes del Parlament de 6 y 7 de septiembre de 2017, o la declaración de independencia, fueron aprobadas por mayoría pero fuera de sus competencias, lo que propició la anulación de las primeras por el Tribunal Constitucional y la aplicación del artículo155 en respuesta a la segunda. Pero nadie se alzó en armas, ni de ningún otro modo, tomando el control de las instituciones del Estado y bloqueando las fronteras de Catalunya.

Es inoportuno usurpar interesadamente el nombre de las cosas, porque no contribuye a nada. Es más fácil explicar repetida y serenamente que una fuerza política está intentando apoderarse de la Justicia, o que las instituciones, si actúan al margen de sus competencias, no llegan a ninguna parte. Explicarlo así ayuda a que nadie se deje llevar por falacias populistas, y eso debiera ser lo más importante a la postre.

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