Los editoriales están elaborados por el equipo de Opinión de El Periódico y la dirección editorial
Editorial
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Cambio de guardia
Carlos III empieza su reinado mostrando sus emociones en un mensaje que aplica las lecciones que su madre tuvo que asumir tras la muerte de Diana de Gales
El primer discurso del rey Carlos III tuvo en la tarde de ayer el tono propio del hijo conmovido por la muerte de su madre y el propósito notorio de cohesionar a la familia Windsor en ese tiempo de cambio (no inesperado habida cuenta la edad de la reina fallecida) que se abre con incógnitas en pie acerca de la capacidad del nuevo soberano para mantener a la institución en las cotas de popularidad alcanzadas. En un mensaje que fue en gran medida un homenaje fúnebre a Isabel II –«hoy quiero renovar su promesa de servicio»–, la mención expresa, uno a uno, de todos los integrantes de su entorno familiar inmediato tuvo un propósito balsámico, sabidas como son las desavenencias surgidas a raíz de la decisión del príncipe Enrique y de su esposa, Megan Markle, de distanciarse de palacio. La frase «este es también un momento de cambio para mi familia» fue algo más que la constatación de una obviedad.
También fue algo más que subrayar lo evidente la mención del cambio de la sociedad británica desde que Isabel II llegó al trono en 1952. Es obligado vincularla a los sinsabores que el hermetismo de la corte hubo de afrontar en momentos especialmente emotivos, de forma destacada en los días siguientes a la muerte de la princesa Diana, cuando el silencio de la familia erosionó la imagen de los Windsor de una forma nunca antes conocida. No hay duda que de aquellos momentos delicados sacó Isabel II algunas enseñanzas en orden a establecer un vínculo diferente entre la institución y la calle. La referencia a la sociedad multicultural de nuestros días también era previsible, aunque sus implicaciones quizás estén aún por asumir vistas algunas de las recientes desavenencias en el interior de la familia real. Y aún habría que seguir sumando otros muchos cambios de valores para los que no basta un deshielo sentimental: cómo encajar una institución como la monárquica con una sociedad más reticente a aceptar los privilegios heredados que 70 años atrás es un reto al que no es fácil dar respuesta.
El comportamiento de Carlos III cuando se acercó ayer a la multitud congregada frente al palacio de Buckingham fue el prolegómeno del tono dado a su primer discurso. Recordó mucho a la reacción de su madre cuando, de vuelta a Londres para sumarse al duelo por Diana, tomó dos decisiones insólitas: rendirse a la política de las emociones a las puertas de palacio y pronunciar un discurso de condolencia por la muerte de la primera esposa del heredero, siempre en el centro de la polémica, de la controversia y de las disputas familiares.
El nuevo rey tiene que asumir el reto de superar su imagen de personaje distante, algo que logró su madre con creces en la parte final de su reinado. Lo ha de hacer ante una sociedad profundamente dividida, zarandeada por una crisis económica que puede mutar en recesión y que no sale de su asombro a propósito del comportamiento de los políticos, de la extravagante gestión del poder exhibida por Boris Johnson y del larguísimo relevo de este por Liz Truss.
Un marco de referencia poco halagüeño para quien debuta con 73 años en la profesión de reinar y al que no es ajeno el recordatorio por Carlos III de la situación en el Reino Unido, asimismo difícil, al inicio del reinado de su madre en 1952 –el país apenas había curado las heridas más profundas de la guerra–, con la diferencia de que la paz de entonces dio pie al optimismo y la crisis de ahora alimenta el pesimismo. Una situación que induce a la opinión pública a buscar fuera de la brega política referencias –lo fue Isabel II en muchos momentos de su reinado y su sucesor deberá intentar serlo para que la Corona conserve la popularidad y aceptación que ahora tiene.
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