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Una ocasión perdida

Sánchez y Feijóo admitieron la gravedad de la situación por la crisis energética, pero eso no se tradujo en la disposición a pactar que sería de desear

Alberto Núñez Feijóo.

Alberto Núñez Feijóo. / JOSÉ LUIS ROCA

El presidente del Gobierno, Pedro Sánchez, y el líder de la oposición, Alberto Núñez Feijóo, inauguraron este martes el curso político con su primer enfrentamiento cara a cara, que se celebró en el Senado ya que el nuevo presidente del PP no es diputado en el Congreso. Ambos dirigentes admitieron la gravedad de la situación por la crisis energética, derivada en gran parte de la guerra de Ucrania, pero ese reconocimiento no se tradujo en lo que sería de esperar, un pacto entre las dos principales fuerzas políticas, que siguen encerradas en el «y tú más». Tanto Sánchez como Feijóo se ofrecieron a pactar entre ellos, pero todo el desarrollo del debate desmintió esos buenos propósitos.

El formato no favorecía al líder de la oposición y daba la razón a quienes en el PP temían una «encerrona», ya que el presidente gozaba de tiempo ilimitado mientras que Feijóo tenía acotadas las intervenciones a 15 minutos. Solo por esa razón, Sánchez contaba con ventaja y a fe que la utilizó a fondo. En su primera intervención de una hora reconoció la gravedad de la inflación, las dudas sobre la evolución de la economía y la incertidumbre derivada del desconocimiento de lo que pueda hacer Vladímir Putin, y abogó por la unidad y la solidaridad europeas frente al «chantaje» del presidente ruso. Anunció nuevas medidas para el invierno, pero «no dramáticas» –ni cortes de luz ni racionamiento del butano– y avanzó la novedad más relevante, como es la inclusión de la gran industria de cogeneración de energía en la excepción ibérica.

Sánchez reconoció que hay un riesgo de recesión, aunque dijo sin gran convicción que sería corta y no muy profunda, detalló los logros del Gobierno en empleo y reducción de la deuda, y comenzó a deslizar sus primeros ataques al PP, situándolo al lado de los poderosos y acusándolo de proponer recetas de curandero más que de médico. 

Pero la confrontación subió de tono con una durísima réplica en la que repasó todos los errores cometidos en materia económica por el líder del PP y se preguntó numerosas veces si eran debidos a la insolvencia o a la mala fe, para responderse que mitad y mitad. En su intervención, Feijóo había destacado los malos datos, como la inflación y el cierre de empresas, y, saliéndose del tema del debate, reprochó la división del Gobierno –llegó a pedir a Sánchez que despida a los «ministros que no ha nombrado»–, los pactos con ERC y Bildu, los insultos que le dedican los ministros y expuso las contradicciones y errores del Ejecutivo, como el aumento de la compra de gas a Rusia o haber convertido Argelia en «enemigo energético». Pidió al presidente del Gobierno que rompa con sus aliados y se apoye en el PP, pero siempre de una manera condicionada. «Si nos hace caso, tendrá nuestro apoyo», dijo.

Sánchez planteó la pregunta clave de por qué el Gobierno y el PP no llegan a acuerdos. Dio tres razones –falta de rigor de las propuestas del PP, que solo busca derribar al Gobierno y no quiere acordar porque las «fuerzas poderosas a las que representa no lo desean»–, pero en ningún momento admitió lo que también es una evidencia: la falta de comunicación y de información desde el Gobierno a la oposición. A partir de ahí el debate derivó en una lamentable competición sobre quién insulta más a quién y sobre el bloqueo que el PP ejerce ante la renovación del poder judicial. 

El debate fue una nueva ocasión perdida para recuperar no ya la buena sintonía, sino la convivencia educada entre las dos fuerzas políticas más importantes. Suerte que está la Unión Europea para fijar las reglas de lo que se debe hacer frente a la gravedad del momento y que deberán acatar el Gobierno y la oposición, incapaces de ponerse de acuerdo en nada.