UN SOFÁ EN EL CÉSPED
Josep Maria Fonalleras
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Muelle de las delicias

Xavi da instrucciones tácticas a Gavi durante el primer partido de liga 2022-23

Xavi da instrucciones tácticas a Gavi durante el primer partido de liga 2022-23 / JORDI COTRINA

El Guadalquivir, el río que los árabes bautizaron como “grande”, fue navegable hasta Córdoba en la época de los romanos, cuando la Bética no era una aficionada de Triana sino una provincia del imperio. Después, la navegación se restringió hasta Sevilla, que no es poca cosa, más de 90 kilómetros, río arriba, desde Sanlúcar de Barrameda hasta el muelle de las Delicias. Un espectáculo fluvial como no hay otro en España, con unos siete metros de calado y una capacidad para albergar cruceros de hasta 25.000 toneladas.

Es cierto, sin embargo, que la navegación por el Guadalquivir “viene marcada por el régimen de mareas”, como se puede leer en la página web de la autoridad portuaria, “de forma que los buques pasan por la canal coincidiendo con la pleamar y utilizan las mareas con el fin de aprovechar el nivel de agua suplementario”. Después de un detallado estudio, he podido saber que el crucero de más envergadura que ha llegado hasta Sevilla tenía cerca de 200 metros de eslora y podía transportar unas 24.000 toneladas. No da para más. Es decir, en Sevilla no pueden entrar esas enormidades que atracan en Barcelona entre protestas ambientales. Y mucho menos el “Wonder of the seas”, con una eslora de 362 metros y un peso total de 240.000 toneladas. 

Les deleito con esta información acuática porque después de ver el partido del Sánchez Pijuán (de madrugada, en diferido, claro, y sin saber el resultado, que es una manera muy extraña de ver un partido) me acordé del titular del amigo Marcos López en EL PERIÓDICO del sábado: “El transatlántico de Xavi”. Ciertamente, el de Terrassa es el capitán de algo muy parecido a una “maravilla de los mares”, apto para surcar por océanos procelosos y destinado a largas travesías heroicas, como la Nao Victoria de Magallanes, que partió de Sevilla para la primera circunnavegación por el mundo. El Barça que ha surgido del mercado de verano tiene las trazas (el calado y la eslora) de una nave que desafía a los vientos y las tempestades y que mantiene el rumbo hacia el puerto de la felicidad futbolística. Pero en Sevilla, esos cruceros no pueden entrar. Y, además, aún le faltan, al del Barça, algunos retoques de flotabilidad y fiabilidad marítimas.

En Sevilla vimos más a una lancha fueraborda, a un navío veloz que choca contra las olas y las supera a base de embestidas, que no al buque insignia que se desliza poderoso y sin titubeos. El Barça aprovechó la marea alta para adentrarse en el Pizjuán. Y la marea alta tiene nombre de pájaro marítimo, ese Gavi que se hartó de correr y de robar, como hacen las gaviotas cuando sobrevuelan un barco pesquero, sin desfallecer, cortando, asistiendo, batallando hasta la extenuación (o las rampas, que vienen a ser lo mismo). Y también con un pirata ya veterano que, al abordaje, asaltó la nave maltrecha del Sevilla para señalar la vía de agua por donde había de empezar el naufragio, con la ayuda de jóvenes grumetes que salvaguardaban la popa. Aún no somos un transatlántico, Marcos, pero vamos a serlo. 

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