Artículo de Juan Soto Ivars
'She-Hulk': así huele la polarización cultural
El resultado es de broma: un guion que parece escrito a partir del burdo copia y pega de las pancartas del 8 de marzo, una construcción de personajes que es puro estereotipo y una factura estética como para tirarse por la ventana
Juan Soto Ivars
Escritor y periodista
'She-Hulk' me interesa tan poco como el Hulk de toda la vida o cualquier otro garbanzo del potaje Marvel. Esto no lo digo para dar a entender que me paso esos ratos leyendo a Faulkner y a Walt Whitman, o embebido de los planos largos de Angelopoulos desde mi cuenta de Filmin, sino simplemente para dejar escrito que no soy cliente habitual de estas franquicias, y que por lo tanto mi opinión sobre 'She-Hulk' no bebe del resentimiento del fan traicionado. Me la sopla lo que Marvel haga con su vida.
Dicho esto, añado ahora que 'She-Hulk' es el producto audiovisual de Marvel que más me ha interesado, en parte por la evidentísima intención de la compañía cuando diseña y lanza esta basura, en parte por el resultado de esta estrategia.
Tenemos a una empresa multinacional del entretenimiento sin alma, que sabe que tiene un público mayoritariamente masculino y toca todas las teclas de la política identitaria de género para lanzar un producto cuya única finalidad es atraer al público femenino. El resultado es de broma: un guion que parece escrito a partir del burdo copia y pega de las pancartas del 8 de marzo, una construcción de personajes que es puro estereotipo (mujeres fuertes y decididas, hombres malos o sometidos), y una factura estética como para tirarse por la ventana. Esto es 'She-Hulk'.
Por otro lado, tenemos las reacciones que concita entre el público esta apropiación corporativa de las consignas políticas del activismo: una batalla campal en las redes sociales y las páginas de reseñas, con mucha gente que le pone la nota mínima y mucha que le pone la nota máxima. Chicos contra chicas, vaya, a garrotazo limpio. Y de esta forma, lo que representa la serie (la polarización política en torno al sexo) es lo que se termina produciendo entre la audiencia. Niños acusando a niñas de robarles su juguete favorito, niñas acusando a niños de no dejarlas jugar tranquilas con sus malditos lloriqueos. Lo mismo que se ve en la serie, vaya.
¿Funciona, entonces el producto? ¿Seguirán viendo con fidelidad las defensoras una serie de una calidad tan nauseabunda, que para colmo apela con trapacería evidente a sus sentimientos políticos? ¿Se sentirán obligadas a ello? Y del mismo modo, ¿seguirán pinchando los adversarios para continuar con el goce supremo del despotrique? ¿Disfrutarían más con una serie correcta y entretenida? MacLuhan dijo que el medio hace el mensaje. Hoy podríamos decir que lo hace el público.
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