El eterno retorno
Como en el juego de la oca, una vez más volvemos a la casilla de salida para recomenzar una partida que es la de la vida misma
Julio Llamazares
Escritor y guionista. Autor de 'Luna de lobos', 'La lluvia amarilla', 'Cuaderno del Duero' y 'Atlas de la España imaginaria'.
Para los occidentales el tiempo es una línea que se prolonga infinitamente incluso más allá de la vida de las personas. En la filosofía oriental, en cambio, es circular y cíclico, repitiéndose una vez tras otra los mismos hechos y acontecimientos hasta alcanzar su perfección por repetición. Es la idea oriental del eterno retorno (adoptada en Occidente por filósofos como Nietzsche, quien en 'La gaya ciencia' sostiene que no solo se repiten los hechos y los acontecimientos, sino también los pensamientos y las ideas), ese 'samsara' o rueda de la existencia que para varias religiones orientales representa la idea de que todo se repite de una manera incansable e infinita.
Sin entrar en filosofías ni en religiones la llegada de septiembre nos basta a la mayoría para entender ese eterno retorno que es nuestra vida, algo que todos sabemos pese a que en ocasiones, como en las vacaciones, se nos olvide durante algún tiempo. El regreso a la realidad y al trabajo que quien más, quien menos, está llevando a cabo estos días nos devuelve esa conciencia del eterno retorno sin necesidad de grandes consideraciones. Porque, como en el juego de la oca, una vez más volvemos a la casilla de salida para recomenzar una partida que es la de la vida misma; esa partida que consiste en superar obstáculos, saltar de puente en puente y de oca en oca e ir pasando casillas para, al final, llegar otra vez a unas vacaciones que nos permitan volver a experimentar esa sensación de libertad y falta de obligaciones que es inherente a ellas, pero, ¡ay!, tan fugaz como el verano.
Durante algunas semanas, millones de personas hemos gozado de esa libertad que está en la naturaleza del hombre pero que en pocos momentos de nuestras vidas podemos disfrutar con plenitud. El trabajo y otras servidumbres nos condicionan desde que nacemos, salvo a algunos privilegiados, que son las excepciones. Los demás, cada uno en su medida, nos vemos obligados a seguir jugando a ese juego que consiste en volver a comenzar cuando se ha llegado a la meta como esos ratones que dan vueltas a una rueda hasta que se quedan sin fuerzas para seguir haciéndolo. Entonces llega la muerte, que es el final del juego, con todo lo que significa.
Paralelamente a esa vuelta al juego de la vida, o consustancial a ella, regresa la información, que había quedado en suspenso también, o al menos reducido a su mínima expresión, y lo hace con toda la intensidad que tenía antes del período de tregua o de laxitud obligadas por las vacaciones. En el caso de España, donde la partida política quedó aplazada también por agotamiento de los espectadores, es de temer que se reanudará en el punto exacto en el que quedó, es decir, en el de la agresión verbal permanente que parece ya inherente a este país. Comprendo, pues, la contrariedad de todos los que estos días regresan a sus casas, como comprendo su melancolía, fruto de la nostalgia que les invadirá al comparar la tranquilidad de los lugares que dejan detrás de ellos con el ruido que de nuevo les espera en las ciudades a las que vuelven y que anticipan las radios de sus automóviles. Por eso, les aconsejo que las desconecten y que en su lugar pongan la canción que Cole Porter compuso para esas situaciones hace ya muchísimos años: "Cuando empiezan el 'beguine', / devuelve el sonido de la música tan tierna, / devuelve la noche de esplendor tropical, ¡devuelve un recuerdo perenne!/ Estoy contigo una vez más bajo las estrellas/ y abajo, junto a la orilla, una orquesta tocando/ ¡Incluso las palmeras parecen balancearse/ cuando empiezan el 'beguine'!".
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