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El regreso de los peajes

Son necesarias medidas a corto plazo sobre la fluidez del tráfico y también un pacto transversal sobre el futuro modelo de financiación

autopista ap7

autopista ap7 / Manu Mitru

Cuando hace un año se levantaron las barreras de los peajes, tras la decisión del Gobierno de no renovar las concesiones que habían llegado a su fin, se acababa con un agravio histórico. El impacto de la recién estrenada gratuidad beneficiaba principalmente a territorios como Catalunya que arrastraban décadas penalizados respecto a aquellos donde se implantaron directamente las autovías gratuitas. Se planteaban al mismo tiempo diversos problemas que el tiempo transcurrido solo ha confirmado, sin que se pueda alegar que haya constituido una sorpresa. La no implementación de un sistema de financiación alternativo para sostener el mantenimiento que hasta ese momento realizaban las concesionarias empieza a hacerse notar en el estado de las vías. Y el trasvase de tráfico previsible era inevitable que condujera a problemas de fluidez y seguridad.

Este último parece que haya sido el aspecto en que el balance está más equilibrado. Lógicamente el desplazamiento de los vehículos a las autopistas ha trasladado también el lugar donde se producen los accidentes. Pero cambiar las carreteras que concentraban la siniestralidad por las más seguras autopistas ha hecho descender el número global de accidentes. Más cuestionables son las consecuencias de los hábitos de desplazamiento de los conductores en el funcionamiento ágil de la red viaria. Las actuaciones previstas por el Ministerio de Transportes, como la creación de carriles adicionales y nuevos accesos que hagan las autopistas más permeables, se plantean a cinco-ocho años vista, y difícilmente pueden llegar antes. Pero hay otras medidas coyunturales, posibles a corto plazo y ante las que las distintas administraciones están demostrando falta de reflejos. Desde la prohibición de adelantamiento a los camiones o la reducción de velocidad, en determinados tramos o momentos, hasta una campaña para informar, alertar y sancionar prácticas no solo molestas sino peligrosas (circulación lenta por el carril de la izquierda, adelantamientos por la derecha)...

Pero si las retenciones son la molestia que perciben de forma más acuciante los conductores, el modelo de financiación es problema de más calado. El Gobierno se comprometió ante Europa a que la red viaria española de alta capacidad fuese de pago, y a hacerlo cumpliendo los plazos (2024) y criterios (pago proporcional al uso y a la contaminación generada) que establece la directiva europea. Es decir, el retorno de una fórmula de peaje, por más que concepto de pago por uso cambie un término por otro.

Tanto las exigencias ambientales como la equidad favorecen a algún sistema de peaje inteligente frente a la alternativa de la financiación a cargo de los Presupuestos (por tanto, a los no usuarios) o la viñeta (una tarifa plana que puede incentivar el aumento de desplazamientos). Aunque su efecto disuasorio para la movilidad sea dudoso (el incremento del precio del combustible no lo ha hecho, así que es razonable pensar que la verdadera medida disuasoria es una buena oferta de transporte colectivo), es un escenario de futuro al que cuesta ver una alternativa. Aunque sea imprescindible que sea general, sin crear nuevos agravios territoriales, y con probablemente algún tipo de bonificaciones sociales.

El Gobierno plantea ahora dilatar la solución del año 2024 al 2025, para no asumir el coste de la decisión en la opinión pública en 2023, año doblemente electoral. Ha sido poco responsable no haber avanzado ya en este 2022, aunque cargado de tantas otras prioridades y urgencias y marcado presumiblemente aún por presiones inflacionarias, y aún lo será más seguir dejando pasar el tiempo. Esta es una más de las infinitas reformas y decisiones que se acumulan en que sería necesario un pacto transversal para acordar un modelo estable, y evitar que el miedo de quien está en el Gobierno o el cálculo electoralista de quién aspira a llegar a él lleven a la inacción.