Artículo de Joaquín Rábago

Hipocresía imperial

No solo Nixon, sino posteriores presidentes de ambos partidos –el republicano y el demócrata– como Reagan, Bush padre e hijo o Clinton utilizaron la guerra contra las drogas como arma electoral

La jugadora de baloncesto estadounidense Brittney Griner es escoltada tras escuchar la condena a nueve años de cárcel por posesión y contrabando de drogas.

La jugadora de baloncesto estadounidense Brittney Griner es escoltada tras escuchar la condena a nueve años de cárcel por posesión y contrabando de drogas. / EVGENIA NOVOZHENINA

Joaquín Rábago

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Tiene razón el periodista británico Patrick Cockburn al acusar a Washington de “hipocresía” por condenar la detención en Moscú de una famosa baloncestista por tenencia ilícita de drogas mientras EEUU mantiene a afroamericanos y latinos en la cárcel por lo que considera también un delito.

La vicepresidenta de EEUU, Kamala Harris, exigió “la inmediata liberación” de Brittney Griner, y aseguró que tanto ella misma como el presidente, Joe Biden, trabajarían para reunir a la deportista cuanto antes con su familia.

No cabe duda de que la condena de Britney Griner nada menos que a nueve años de cárcel por llevar en su equipaje una pequeña cantidad de aceite de cannabis es totalmente abusiva y de que puede tratarse solo de un pérfido intento de canjear a aquella por algún ciudadano ruso detenido en EEUU.

Pero, como señala Cockburn, ¿qué cabe decir de la confirmación por un tribunal de apelaciones de Misisipí de la condena por un jurado popular a cadena perpetua sin libertad condicional del afroamericano Allen Russell, a quien se le incautaron 43,71 gramos de marihuana?

En Mississippi puede ser condenado a cadena perpetua sin posibilidad de revisión cualquiera que haya pasado al menos dos años en la cárcel por otros delitos como puede ser un robo o la posesión sin permiso de un arma de fuego.

Cuando Russell cometió su primer delito, el robo con fractura no tenía aún la consideración allí de “crimen violento” si no hubiese mediado violencia alguna, pero el tribunal no lo tuvo en consideración y aquel pasará el resto de su vida en la cárcel.

Se calcula que hay diariamente 374.000 personas detenidas en las cárceles o comisarías de EEUU por delitos, muchos de ellos leves, relacionados con las drogas.

Como explicó en su día John Ehrlichman, exconsejero de Richard Nixon, este presidente republicano decidió plantear batalla a quienes consideraba sus principales enemigos, la izquierda pacifista y los afroamericanos, utilizando las drogas como pretexto.

“Sabíamos, confesó Ehrlichman, que no podíamos ilegalizar a quienes se oponían a la guerra (del Vietnam) ni a los negros, pero asociando a los 'hippies' a la marihuana y a los negros a la heroína, criminanizándolos, podríamos detener a sus líderes, entrar en sus casas, interrumpir sus reuniones y denigrarlos noche tras noche en los telediarios”.

El sistema judicial estadounidense impone condenas a los ciudadanos por simple posesión de droga. Y los convictos, aunque logren salir un día de la cárcel, encuentran todo tipo de dificultades para conseguir empleo o algún préstamo educativo además de perder de por vida el derecho de sufragio.

Según estadísticas federales y estatales citadas por la agencia AP, entre 1975 y 2019 se disparó en EEUU la población carcelaria, que pasó de algo más de 240.000 reclusos a 1,43 millones, de los que uno de cada cinco habían sido condenados por drogas.

La tasa de encarcelamiento de afroamericanos subió de 600 por cada 100.000 habitantes en 1970 a 1.808 en el año 2000; la de latinoamericanos lo hizo desde 208 a 615 mientras que la de blancos ascendió de 103 a 242.

No solo Nixon, sino posteriores presidentes de ambos partidos –el republicano y el demócrata- como Ronald Reagan, George Bush padre e hijo o Bill Clinton utilizaron la guerra contra las drogas como arma electoral

Y entre sus consecuencias están no solo el incremento de la población carcelaria en aquel país, que tiene la mayor tasa de reclusión del mundo -500 presos por cada 100.000 habitantes- sino también el sistema de cárceles privadas y la militarización de las policías locales.

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