El paraíso del letraherido
Al lado de un libro se vive bien. Al lado de cientos, infinitamente mejor
Andrea Pelayo
Periodista.
Andrea Pelayo
Cuando me voy de vacaciones, librerías y bibliotecas forman parte indispensable del viaje. Son pedazos del ‘antes’ –es donde elijo a mis compañeros de aventuras, los libros– y, a menudo, del ‘durante’, ya que intento visitar alguna reconocida en el destino al que viajo, ya sea para engrosar mis estanterías o para perderme en edificios señoriales, clásicos, que albergan libros en lenguas que ni siquiera hablo.
Este año he podido estrenar biblioteca antes de marcharme y la experiencia no ha podido ser mejor. Olvídense de miradores: la flamante Gabriel García Márquez en La Verneda es el nuevo tesoro de la ciudad. Cuando voy por primera vez, aún huele a madera, a nuevo. Me sorprende su diseño. Tiene todo lo que necesita un letraherido para ser genuinamente feliz: rincones tranquilos, buenas butacas, mucha luz y estanterías llenas de libros, de historias, de vidas.
El de hoy podría ser un viaje exploratorio exprés: venir, coger un libro y marcharme, pero a quién quiero engañar. Nunca lo es. Recorro lentamente los pasillos, doy vueltas en varias secciones y hojeo libros. Hoy, por ejemplo, me pierdo deliberadamente en ‘El escritor en su paraíso’ (Periférica), que explica cómo Gloria Fuertes, Mario Vargas Llosa o Jorge Luis Borges fueron bibliotecarios antes de dedicarse a escribir. Pienso en cómo todos encontraron en las bibliotecas su tabla de salvación. Y en cuántas veces han sido la mía. Al lado de un libro se vive bien. Al lado de cientos, infinitamente mejor.
Cuando no tengo tiempo, para no pasarme la tarde entera, suelo llevar a las bibliotecas listas de posibles lecturas. Hoy no. Puedo pasar unas horas y quiero que algo me seduzca. Quizá sería el día perfecto para hacer un homenaje a la literatura. Podría elegir, por ejemplo, ‘El infinito en un junco’, pero alguien ha sido más rápido. Los ‘best sellers’ —incluso los inesperados e inusuales— siempre van muy buscados, pero no importa demasiado. Lo mejor de las bibliotecas es que no puedes sentirte frustrado si vienes y el libro que querías está cogido. Entre los cientos de miles de que dispone la red de Bibliotecas de la Diputación de Barcelona siempre, siempre vas a encontrar algo interesante. Esto es auténtico patrimonio. Patrimonio gratuito. Y a menudo no lo valoramos.
Merodeo un rato más y hago lo que más me gusta: ver los recomendados de la biblio y observar los libros que otros visitantes han abandonado en los carritos. Hoy, guías de viaje a la Costa Brava, ‘Laura Dean me ha vuelto a dejar’ y ‘Cuando llega la luz’. Al final, me decido y me llevo ‘Els amants de Coney Island’ (L’Altra Editorial). Me vendrá bien algo de frío en medio de este calor.
Calor que, por cierto, este verano han mitigado lugares como este. 35 bibliotecas de la ciudad —entre ellas la García Márquez— han sido refugio climático y doy fe que se han llenado de vida este agosto. El placer de ver una biblioteca llena mientras la ciudad se vacía es indescriptible. No dudaba de que eran un lugar seguro al que ir, pero con esto acaban de confirmarlo. Son el paraíso.
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