Artículo de Salvador Macip

¿El verano del mono?

Lo más alarmante de la viruela del mono y el Langya quizás no sean las enfermedades en sí, sino el hecho que infecciones que ya existían y que solo conocían los expertos de repente pasen a primer plano

Archivo - La viruela del mono produce lesiones cutáneas, fiebre y dolor corporal en las personas afectadas por el virus.

Archivo - La viruela del mono produce lesiones cutáneas, fiebre y dolor corporal en las personas afectadas por el virus. / CDC - Archivo

Salvador Macip

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Estos meses, una serie de temas que han aparecido recurrentemente en las conversaciones, más allá de las polémicas triviales que florecen habitualmente cuando las noticias de verdad son escasas. El primero, naturalmente, es el calor, inusualmente intenso. Y quizás el segundo sea el peligro que pueden representar o no unas enfermedades infecciosas que nadie había sentido mencionar antes, como la viruela del mono o el 'Langya', y que ahora han conseguido destronar la covid-19 del ‘ranking’ de amenazas a tener en cuenta para la temporada que viene. Pero ¿nos tenemos que preocupar realmente o son solo una ‘tormenta de verano’?

Aunque parezcan dos cosas sin ninguna relación, la crisis climática y las zoonosis (las enfermedades causadas por microbios que provienen de los animales) están íntimamente ligadas al concepto de salud planetaria, según el cual tenemos que considerar todos los seres vivos y el entorno donde viven como una sola unidad, porque están estrechamente interrelacionados. Efectivamente, el calentamiento global es uno de los factores que contribuye a la redefinición de los ecosistemas, y esto hace que animales que huyen de la modificación y destrucción de sus hábitats naturales entren en contacto más a menudo con los humanos, con el peligro que esto comporta de un incremento del salto de microbios de los unos a los otros. Esto, junto con ciertas maneras tradicionales de interaccionar con animales, que quizás se tendrían que repensar, parece que está detrás tanto de la viruela del mono como del Langya y la covid-19 (precisamente, hace unos días se publicaban los estudios, parece que definitivos, que descartan la fuga del SARS-CoV-2 de un laboratorio y ponen el origen de la pandemia al mercado de Wuhan).

Lo más alarmante de la situación actual quizás no sean las enfermedades en sí que, de momento, no parece que puedan causar problemas en la escala a la cual nos hemos acostumbrado estos últimos años, sino el hecho que infecciones que ya existían y que solo conocían los expertos de repente pasen a primer plano. De hecho, los mismos nombres demuestran que les hemos dedicado poca atención hasta ahora, porque ni siquiera hemos pensado en alternativas mejores. Por ejemplo, la viruela del mono es una traducción literal del ‘monkeypox’ inglés que, si bien tiene sentido en la versión original (al fin y al cabo, a la varicela la llaman ‘chickenpox’ aunque no tenga nada que ver con los pollos), crea un poco de confusión en nuestra lengua. Y el 'Langya' incumple la normativa de la OMS según la cual no es recomendable usar el nombre del lugar donde se descubre una enfermedad (Langya es una comandancia de China), para evitar estigmatización y discriminación. Parece, pues, que estos brotes nos han cogido por sorpresa. ¿Por qué unos virus que hacía tiempo que circulaban sin causar grandes problemas (lo de la viruela del mono se conoce desde hace más de sesenta años) ahora están adoptando patrones de transmisión fuera de lo que es habitual?

No tenemos la respuesta todavía, pero las hipótesis plausibles van desde el cambio de comportamiento que decíamos ligado a las alteraciones climatológicas hasta el efecto secundario de haber estado dos años largos protegiéndonos de la covid-19 y, por lo tanto, de cualquier otra infección, cosa que podría haber alterado nuestra inmunidad de base. Tampoco se puede descartar que la infección por SARS-CoV, que, a estas alturas, ha sufrido la gran mayoría de la humanidad, nos haya hecho más vulnerables a otros virus.

Sea como fuere, lo que hace falta ahora es continuar con la vigilancia y estudiar de cerca la evolución de estas enfermedades. El Langya, que da miedo porque pertenece a la familia de los henipavirus, donde hay microbios muy agresivos, de momento no ha causado ninguna víctima mortal ni parece que se transmita de persona a persona. Esto es positivo. Más preocupante es la viruela del mono, con una circulación muy rápida que, si no paramos a tiempo, puede traer cifras de contagios elevadas y, esta vez sí, cierto número de muertes. Hay que ser más proactivo al concienciar a la población de riesgo (sobre todo gente de hábitos promiscuos, aunque todo el mundo es susceptible de cogerla por contacto próximo con positivos) y vacunar cuando se pueda.

A pesar de esto, el principal problema de salud del otoño parece que continuará siendo la covid-19, que no ha dejado nunca de esparcirse (con las nuevas variantes lo hace mejor que nunca) y de dar un número importante de casos graves. Es esperable una nueva oleada con la vuelta a las escuelas y al trabajo, y, para proteger la población vulnerable, habrá que volver a insistir al ser prudentes y al fiarse de la nueva tanda de vacunas, que serán más efectivas contra la ómicron.

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