Balance devastador

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Seis meses de guerra: condenados a negociar

Si los daños que han sufrido Ucrania y Rusia en medio año ya son intolerables, la incapacidad de lograr una victoria clara amenaza con convertirlos en insostenibles

Personal de primeros auxilios trabaja en una escuela destruida por un bombardeo ruso en Járkov, Ucrania

Personal de primeros auxilios trabaja en una escuela destruida por un bombardeo ruso en Járkov, Ucrania / LEAH MILLIS / REUTERS

El balance de los primeros seis meses de la guerra desencadenada por Vladímir Putin en Ucrania es devastador. Lo es para Ucrania, víctima de una destrucción pavorosa de muchas de sus ciudades, pero también para Rusia, que padece sanciones sin precedentes y un severo aislamiento internacional. Las consecuencias negativas de la guerra alcanzan también a los países de la Unión Europea, que se preparan para uno de los inviernos más difíciles desde la Segunda Guerra Mundial y la crisis del petróleo de 1973, como consecuencia del desbarajuste en el suministro de gas y en los precios de la energía provocados por la contienda. Por último, el impacto del conflicto alcanza también muchos países en vías de desarrollo que han visto limitado su acceso a los cereales ucranianos, a pesar del acuerdo de última hora que ha permitido exportar una parte de la cosecha. Ante semejante catástrofe, provocada por la insensata y condenable decisión de Putin, no cabe otra política que la de multiplicar esfuerzos y diplomacia para poner fin a la agresión y abrir negociaciones que permitan acabar con la guerra. Ante la magnitud de la catástrofe, su coste en vidas y en millones de ucranianos desplazados, y su impacto sobre la estabilidad internacional, todos los actores involucrados deben actuar de acuerdo al interés general y acordar cuanto antes un cese el fuego aceptable por las dos partes. 

A los seis meses de empezar el intento fallido de conquistar Kiev, el balance es desgarrador. Según Naciones Unidas, han muerto unos 5.500 civiles ucranianos, incluyendo unos 1.000 niños muertos o heridos bajo las bombas y la artillería rusa. El Ejército ucraniano ha reconocido la muerte de 9.000 soldados y asegura que los rusos han tenido 44.000 bajas, una cifra que EEUU reduce a 20.000 y que Moscú y ni confirma ni desmiente. Ucrania padece una destrucción pavorosa de sus infraestructuras, muchas ciudades han sido arrasadas y su economía está al borde del colapso. Es el país más golpeado y, en consecuencia, debe ser el más interesado en la paz. Su presidente, Volodímir Zelenski, ha insistido en los últimos días en la idea de ganar la guerra, llamando incluso a una contraofensiva. No es de extrañar que los ucranianos desconfíen de un hombre como Putin que ha mentido reiteradamente acerca de sus intenciones. También es justo reconocer que la matanza indiscriminada de civiles por parte del Ejército ruso dificulta cualquier intento de negociación. Sin embargo, Zelenski debe medir sus fuerzas. Acceder a las pretensiones expansionistas de Putin sería una insensatez, para Ucrania y para Europa, pero ello no puede llevar a la conclusión de que el conflicto solo puede terminar con la victoria total de Kiev y la humillación del líder ruso.

A su vez, Putin ha llevado a su país al desastre y a la demonización internacional. Ha conseguido lo que parecía impensable: que Suecia y Finlandia quieran incorporarse a la OTAN. Su operación especial ha constituido un revés militar vergonzoso frente a un Ejército más pequeño. La paranoia se ha apoderado de sus servicios de seguridad, que ven enemigos por todas partes, hasta el extremo de hacerlos responsables del atentado que ha matado en Moscú a Daria Dugina, hija de un ideólogo ultranacionalista próximo al poder. Putin se ha equivocado con la capacidad de resistencia de los ucranianos y la determinación de la UE. La ha fortalecido. En el acuerdo del grano ha demostrado un primer y único momento de sensatez. Una actitud con la que debería contemplar los seis meses de la guerra si no quiere llevar a su país a una crisis de consecuencias imprevisibles para su régimen y para él.