Artículo de Care Santos

Tormentas de verano

En un cuento de Pavese, alguien se zambulle en un río que parece hervir bajo un chaparrón, y siente que bajo el agua todo es calma

Temporal de mar en Barcelona

Temporal de mar en Barcelona / Alejandro García

Care Santos

Care Santos

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Me siento a leer fuera. En la tele han dicho que puede llover, pero nada lo presagia. Media hora más tarde, suenan truenos lejanos, cierro el libro y me dedico a escuchar la tormenta que se acerca. A lo importante hay que prestarle atención. Además, se supone que estoy de vacaciones. O casi, porque tengo que escribir este artículo. Aún no he decidido el tema. Tengo varios posibles y la tormenta no está entre ellos.

Las tormentas de verano tienen su propia literatura. Recuerdo un cuento de Cesare Pavese en que una de ellas sorprende a las bañistas de un río y les trastoca la vida. Hay un momento en ese relato —del que he olvidado casi todo: en qué lugar exacto de Italia ocurre o cómo se llamaban sus personajes— en que alguien se zambulle en el río, que parece hervir con el chaparrón, y siente que bajo el agua todo es calma. La tormenta está arriba, pertenece a otro mundo. En este otro reina una paz extraña y, en cierto modo, eterna.

 Hace mucha falta que llueva pero aún no llueve «sobre la terra que no té consol», dice un verso de Joana Raspall, extraído de un poema titulado 'Tempesta d’estiu'. Un poema sin metáforas, literal. Sin embargo, las tormentas estivales y las metáforas se atraen, y me acuerdo de una bulería de Javier Ruibal que siempre cita mi amiga Ángeles: «Tormenta de verano dicen que eres / mis amigos, mis miedos y mis mujeres. / Y yo les digo, que el invierno que viene estaré contigo.»

Comienza a llover. Aparco las bulerías y las metáforas y salgo corriendo con el libro y las gafas y las chanclas y la toalla, como era de esperar. Los relámpagos serpentean por el cielo y los truenos nos hacen entender a los clásicos. Quiero decir, que cuando truena se comprende que los clásicos atribuyeran este escándalo a cabreos divinos o a venganzas truculentas de los astros o a algo horroroso. Plinio el Viejo, el hombre más sabio de su tiempo (que era el siglo I) tenía una teoría bastante rocambolesca sobre por qué tronaba, que dejó escrita con lujo de detalles (y un buen embrollo) en su Historia Natural (libro 2, por si alguien siente curiosidad). Aunque esas lucubraciones, pienso, debieron de tranquilizar a muchos de sus contemporáneos: por supuesto no es lo mismo saberse víctima de los imprevisibles dioses que de la imprevisible naturaleza. Cualquier día terminamos todos diluidos en el mar, como Jenófanes de Colofón vaticinó que pasaría.

Me asomo al balcón a ver llover. Los nietos de mis vecinos chapotean en el patio. Una amiga anuncia por WhatsApp que graniza en la calle Cervantes de Barcelona. El fragmento de mar que normalmente se ve desde mi estudio, ahora no se distingue. Abro bien las ventanas. El calor se ha esfumado (qué bendición). Oigo el chisporroteo de la lluvia en los tejados del vecindario y comienzo a escribir este artículo. Mientras llego al final, la lluvia persiste. Con todas sus metáforas, sus significados, su memoria y su bendición. Por lo menos en este mundo loco que habitamos siguen ocurriendo cosas muy simples que merecen la pena.

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