Artículo de Josep Maria Fonalleras

La ciencia, la vida y un chorizo

Vemos estrellas que nos deslumbran cuando tenemos delante una miniatura sin brillo. Y al revés. Los detalles más cotidianos a veces se nos presentan como un festival interestelar de luminarias

Nueva imagen del James Webb: el caos de la galaxia Rueda de carro

Nueva imagen del James Webb: el caos de la galaxia Rueda de carro / EFE / NASA– ESA– CSA– STScI

Josep Maria Fonalleras

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Nos hemos embobado ante las imágenes del telescopio James Webb y hemos visto galaxias lejanas, choques de constelaciones, inmensidades que no podemos alcanzar. Nos hemos descubierto –como nunca o tal vez como en una de esas noches tan estrelladas y pensativas– frágiles e indefensos, ofrecidos a la magnificencia de los planetas en danza. Ante este espectáculo, que va más allá de la posibilidad ingenua de la percepción y que confunde tiempo y espacio, solo podemos dedicarnos a la poesía contemplativa o al humor. Es lo que ha hecho el científico francés Étienne Klein, director de investigación del Comisariado de Energía Atómica (CEA). No la poesía, sino el humor, y, aún más, la duda sobre todo lo que se nos presenta como real e incuestionable. En un tuit, publicó la foto de Próxima Centauri, “la estrella más cercana al Sol”. Era realmente impactante, una masa rojiza con cráteres y sombras, una circunferencia perfecta, con una definición extrema. "Este nivel de detalles", decía, "este mundo nuevo que se nos revela día a día".

Era un chorizo. Un corte de chorizo. Una perfecta y nítida circunferencia de chorizo. Para ser más exactos, un “chorizo español”, como aclaró al cabo de unos días el científico. Muchos cayeron en la trampa y alabaron la sabrosa imagen de la estrella falsa, pensando en serio que era una maravilla más del James Webb. El doctor Klein se apresuró a enseñar el engaño (el “canular”) y dijo que tenía una virtud pedagógica: demostrar que no nos podemos fiar de nada, que todo puede ser una apariencia engañosa. Y también, añado, dinamitó la prosopopeya. Aquella estrella tan incandescente, que vivía y moría a años luz de la Tierra, que ahora se nos aparecía con una fulguración inaudita, era tan pequeña y tan cercana, en realidad, como el embutido casero, con vetas de grasa y carne magra de cerdo adobada, con sal y pimentón.

Nos ocurre a menudo. Vemos estrellas que nos deslumbran cuando tenemos delante una miniatura sin brillo. Y al revés. Los detalles más cotidianos, las cosas más intrascendentes, a veces se nos presentan como un festival interestelar de luminarias. Es tan difícil apreciar la diferencia. Eso sí, frente al chorizo de la carnicería, a partir de ahora pensaré que soy un astronauta.

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