Artículo de Jordi Mercader

El diálogo que incomoda a Aragonès

Aceptar una mesa catalana supondría reconocer el hecho de que no todos los ciudadanos de Catalunya viven con la 'estelada' como bandera ni creen que la independencia sea la única alternativa para Catalunya

Salvador Illa y Pere Aragonès

Salvador Illa y Pere Aragonès

Jordi Mercader

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¿Por qué los partidos independentistas, los autoproclamados campeones mundiales del diálogo, no aceptan la propuesta reiterada del PSC para establecer una mesa de diálogo en Catalunya? La explicación es sencilla. Si los partidos catalanes tienen que enfrentar las consecuencias del choque kamikaze con el Estado y las vías de futuro para el país, sería tanto como admitir que la crisis interna en Catalunya y la urgencia de la reconciliación no son ningún invento de los quintacolumnistas de siempre. Y eso supondría otra derrota para quienes viven felizmente instalados en los mantras del 'procés'.

Salvador Illa ha convertido en piedra angular de su posición la propuesta del diálogo interior, para alcanzar un acuerdo con el que negociar con el Gobierno central una salida al desconcierto en el que estamos instalados desde hace una década. El presidente Aragonès se hace el sordo y no es de extrañar que lo haga. Aceptarla, supondría reconocer el hecho científico de que no todos los ciudadanos de Catalunya viven con la 'estelada' como bandera ni creen que la independencia sea la única alternativa para Catalunya. En definitiva, sería asumir que Catalunya es plural y con ello desmontaría su pretensión de exigirle al Estado, en nombre de todos los catalanes, una salida que en última instancia les enfrenta.

Negar un relato ficticio construido con tanta creatividad, pero también con tanto riesgo y prisión, no puede resultar fácil. Sin embargo, prescindir de nuevo de la realidad solo puede acarrear más pérdida de tiempo y mayor frustración, incluso para sus seguidores. “Unir Catalunya”, como le reclama Illa a Aragonés no es exactamente lo mismo que pretender representar a la “Catalunya sencera”, únicamente, con la propuesta de la mitad de esta Catalunya, como viene haciendo el presidente de la Generalitat. Es más complejo y, sobre todo, más trabajoso.

La mesa catalana para hablar del futuro colectivo que tanto incomoda a los independentistas, pero también a Vox, Ciudadanos y PP, no servirá de nada de no venir precedida de una aceptación conjunta de lo sucedido en Catalunya, en especial lo ocurrido en el otoño de 2017. El diálogo será de sordos mientras unos vean el 'procés' como un ejercicio excelso de democracia, sin atender al respeto obligado a la Constitución y al Estatuto, y otros lo consideren una algarada sediciosa, sin considerar el decepcionante pantano institucional creado históricamente en torno a las aspiraciones de Catalunya de mejorar su encaje español. Atacar el problema sin consensuar las causas es un absurdo. 

El establecimiento del diálogo entre catalanes fue uno de los acuerdos del pacto de investidura entre ERC y Pedro Sánchez, y, contrariamente a lo que parece pensar Aragonès, este diálogo reforzaría la posición de la delegación de la Generalitat en la mesa con el Gobierno central. O, acaso, piensan que Madrid ignora la existencia de millones de catalanes que no comulgan con los postulados autodeterministas defendidos por los 'consellers' de ERC en dicha mesa. Tanta ingenuidad no es de recibo, más bien será que Aragonès busca el rechazo de sus exigencias para exprimir algún rédito electoral. Hay que reconocer que los precedentes estatutarios sobre propuestas de alto consenso en el Parlament no animan a repicar las campanas. Sin embargo, los planes separatistas tienen garantizada la negativa del Gobierno central, porque este también tiene responsabilidades en Catalunya, por mucho que se disfrace en el discurso oficial independentista como una administración ajena.

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