Artículo de Isabel Sucunza

Un crucero

Cuando vimos aquel rascacielos flotante, aquel monstruo nos hizo sufrir por el planeta, por la vida entera

Crucero turístico

Crucero turístico / Agencias

Isabel Sucunza

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Ahora ya es imposible ver un crucero gigante atracado en la ría de Vigo sin pensar: eso no está bien. A algunos ya nos pasaba antes, por el simple motivo de que éramos poco amigos de las vacaciones masificadas, de las playas, de visitar ciudades con prisas para ver solo los cuatro monumentos de rigor y comer el plato típico del sitio que fuera, hecho con prisas, sin nada de cariño, en un restaurante también masificado. En cambio, el otro día, el “eso no está bien” que soltamos cuando vimos solo aquella pequeña parte del rascacielos flotante, porque era imposible verlo entero solo de una mirada, incluía una reflexión que iba mucho más allá: ver aquel monstruo nos hizo sufrir por el planeta, por la vida entera.

“No es que se tenga que prohibir todo esto, es que los humanos nunca lo tendríamos que haber empezado a hacer”, comentábamos delante de aquel crucero empotrado en la ría. Buscamos en el móvil de dónde venía y hacia dónde iba. Había diferentes posibilidades: o hacía la ruta Dinamarca-Italia, con paradas, entre otros sitios, en Vigo, Lisboa, Barcelona, Palma…, o bajaba directamente hasta las Canarias y tiraba después hacia el Caribe. Nos imaginamos cómo serían los días o semanas de los pasajeros que quemaban sus vacaciones a bordo de uno de estos hoteles 'all included' flotantes. Nos agobió especialmente la idea de que nada, ningún negocio, tienda, restaurante, espacio al aire libre de aquel barco era más antiguo, ni tenía ninguna historia que fuera anterior al año de construcción del mismo barco. Nadie a quien conocieras a bordo habría nacido allí, no había un idioma propio en aquel espacio en el que pasarían la mayor parte de sus vacaciones; ninguna tradición, ninguna leyenda que hubiera pasado de abuelos a hijos ni después a nietos. Ese barco era una especie de isla artificial sin ríos, ni bosques, ni playas que no fueran las que se encontraran en algunas de las escalas de la ruta, en las que todo el mundo desembarcaría y haría sus fotos para después volver a embarcar en aquella jaula flotante.

Todo eso multiplicado por miles, además; todos quemando el planeta.

Hay cosas que ya no se pueden entender.

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