Turistas en agosto

La Barcelona sin barceloneses

Atravesar la Rambla una noche de verano es un viaje en el tiempo, a un modelo urbano y de barrio desfasado y que ha desbordado hace años sus costuras. ¿Hay forma de revertir este fenómeno?

Un hombre toma el sol en la pasarela del Maremàgnum, ayer.

Un hombre toma el sol en la pasarela del Maremàgnum, ayer.

Carol Álvarez

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Los censos ponen cifras y detalle a fenómenos, el último que nos da un baño de realidad es el que apunta que esta semana la ciudad de Venecia acaba de alcanzar un hito histórico: ha bajado de 50.000 habitantes. 70 años atrás, los venecianos reconocidos en el padrón municipal eran 120.000. Movimientos migratorios, 'apartheids', guerras, catástrofes climáticas han empujado movimientos en miles de ciudades en la historia. En Venecia, la gente se va porque la turistificación de la ciudad los ha expulsado. Es una 'gentrificación' curiosa: los habitantes no se reemplazan, no llegan nuevos ocupantes más ricos, por ejemplo, que puedan soportar la presión financiera de los precios desorbitantes de la ciudad. Nadie quiere vivir en Venecia, pero todos quieren ir a visitarla y verla. ¿No es una paradoja?

Barcelona no tiene por qué afrontar un proceso idéntico, pero es difícil no inquietarse ante el fenómeno veneciano cuando, superados los recelos de la pandemia y con la lección sanitaria aprendida, agosto convierte barrios enteros de la ciudad en parques temáticos turísticos. Ni tiendas apropiadas, ni espacios de ocio diversificados, ni siquiera taxis por la noche, por si algún barcelonés cometiera la temeridad de ir de copas o a cenar por el Maremágnum o la Rambla, por ejemplo. Los turistas llevan encima la mochila de la paciencia y esperarán horas en paradas vacías, como si formara parte de la experiencia de Barcelona la nuit. 

¿La nueva Rambla cambiará esto? Atravesar la Rambla una noche de verano es un viaje en el tiempo, a un modelo urbano y de barrio desfasado y que ha desbordado hace años sus costuras. ¿Hay forma de revertir este fenómeno? Que haya una reforma diseñada, con un presupuesto y una fecha de inicio, es un primer paso para frenar el desgaste de un barrio que, como un organismo exangüe, necesita una intervención radical con difícil pronóstico. La Via Laietana durante las últimas décadas se convirtió en una arteria zombi, enferma, que incluso los que la teníamos que cruzar lo hacíamos de forma apresurada, como si fuera a contagiarnos su mal karma. Si humanizamos Via Laietana, si convertimos la zona de la Rambla en un eje cultural potente, quizá podamos volver los barceloneses, y sus vecinos podrán disfrutar de sus espacios públicos y no vivirlos como una condena. 

La idea de ciudad como un ente vivo no es nueva. Hemos visto ciudades nómadas, como aquellas de África que cada determinado tiempo 'se desplazan' unos metros allá porque la fuerza de las dunas y los vientos cargados de polvo devoran literalmente sus edificios más desprotegidos, los limítrofes. Es una forma de hacerle frente, la huida. Pero el área de Barcelona ya está bastante urbanizada, la verdad. No hay lugar a abandonar los barrios que nos son incómodos y ajenos, que han priorizado en su desarrollo al viajero de paso que al vecino, por muy tentador que sea.

La frontera mental que nos imponemos si renunciamos a una Rambla mejor, una Ciutat Vella sin ruido, una fachada marítima para disfrutar, una playa para bañarnos, es una semilla que no debe germinar, porque la alternativa pasa por guetizarnos, por encerrarnos en pequeños territorios, de mentalidad pequeña. 

Los venecianos están tirando la toalla, y la ciudad está condenada a convertirse en un parque temático como el Poble Espanyol y a hacer bueno aquel dicho de cuidado con lo que deseas, que puede hacerse realidad y no ser como pensabas. ¿Quién no querría vivir en la ciudad más hermosa y sentirla suya?

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