Una ley poco acondicionada
El Gobierno ha convertido en decreto ley lo que no debería reglamentarse, sino ser una recomendación
Martí Saballs Pons
Director de Información Económica de Prensa Ibérica.
Una sorpresa inesperada. Mediodía en el Centro de Atención Primaria (CAP) de Torroella de Montgrí (Girona) y la temperatura en la sala de espera no se acercaba, ni de lejos, a los 27º recién establecidos por el Gobierno para ahorrar energía . Allí estábamos para confirmar una otitis y ya me veía saliendo con faringitis y sin poder hablar. Claro que cuando pregunté, primero a los niños, si tenían frío, su mirada fue de asombro:«¿Frío? Estamos muy bien», respondieron casi al unísono los tres. Primera en la frente. ¿La segunda? Al salir, con la otitis ya confirmada y listos para ir de cabeza a la farmacia, pregunto a las tres recepcionistas del CAP si son conscientes de que la temperatura es más baja de lo obligado. Respuesta: «No, quizás en la sala de espera se está más fresco porque hay grandes cristaleras y la temperatura está graduada para cada ambiente». En cualquier caso, en la instalación no había ningún medidor objetivo de la temperatura real. Y, de haberlo habido, ¿hubiese servido para algo?
La percepción sobre el estado de confort climático que desea cada persona es extremadamente subjetivo. Cada persona es distinta. He asistido a graves discusiones en algunas redacciones por el control del sistema de calefacción y aire acondicionado. En verano, algunos íbamos con jersei en el interior. Recuerdo que en invierno, en aquellas épocas cuando aún se permitía fumar en los lugares de trabajo, algunos combatíamos los malos humos abriendo las ventanas de par en par. Otros motivos de debate se producen en casa y en el coche, donde al final siempre alguien acaba cediendo. No creo que se salve ninguna familia ni que haya una única solución. Hay personas que en verano solucionan el aire acondicionado abriendo ventanas y otros solo están a gusto a 20º. En invierno hay quien se ha acostumbrado a vivir en ambientes tan cálidos que se considera normal ir en manga corta por casa. El Gobierno ha convertido en decreto ley lo que no debería reglamentarse, sino ser una recomendación. La casuística sobre el uso de la calefacción y el aire acondicionado es infinito. Depende de las personas, del lugar de trabajo y de la geografía. Es una perogrullada, pero relevante: un ovetense no siente los 30º igual que un sevillano. He visto en invierno en el sur de España a personas abrigadas hasta la coronilla por la calle cuando la temperatura marcaba 18º ó 19º. Igualmente, deberían ser recomendaciones cómo quieran iluminarse los comercios y las empresas.
La pedagogía puede acabar siendo más fructífera que las leyes que, además, suenan más antipáticas. El ahorro energético empieza en casa enseñando a los niños a apagar las luces y urgiendo en las oficinas a los empleados a apagar sus ordenadores cuando dejen su lugar de trabajo. También hay razonables medidas fiscales que pueden ayudar a rebajar la factura eléctrica. Por ejemplo, establecer sistemas de bonificación impositiva en el caso que se cumplan objetivos de reducción de consumo.
Estas medidas de ahorro recién establecidas por el Gobierno son el chocolate del loro, maquillaje. Una serpiente de verano cara a la galería de la Unión Europea. No logra amagar los desafíos que la guerra ha intensificado a la transición energética en la que estábamos inmersos. De la misma forma que hay sectores empresariales cuyos costes de producción se han vuelto insufribles por culpa del encarecimiento de la energía, hay familias que, de nuevo el sentido común, han reducido su consumo de energía racionalizando el uso de los electrodomésticos. La temperatura nunca es a gusto de todos. Ni en el CAP de Torroella.
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