Tiene que llover
No es que llueva menos, sino que el cambio climático está acelerando y profundizando las consecuencias de su ausencia
Cristina Manzano
Directora de Esglobal
Cristina Manzano
Los robles de los Pirineos han empezado a perder la hoja, en pleno verano. Según los biólogos, es una forma de defenderse de la falta de agua. En otros lugares de España ya se han impuesto restricciones, en medio de la enésima ola de calor y tras un invierno especialmente seco. No es algo inusual en nuestro país, pero sí lo es en Francia, en Italia o ¡en Suiza!, donde se enfrentan a una de las sequías más agudas desde que se tienen registros. Incluso en Polonia han tenido que suspender el servicio de 'ferries' en el Vístula en algunos tramos, por la caída del nivel del río. Lo mismo podría llegar a suceder en el Rin, una de las vías fluviales más importantes del continente.
Según Bruselas, el impacto de la sequía sobre la economía comunitaria es ya de 9.000 millones de euros al año, pero, de seguir así, podría llegar a los 65.000 millones anuales al final del siglo. Europa, también la del Norte, empieza a entender lo que significa la falta de agua. En el Este, los ataques a las infraestructuras causados por Rusia en Ucrania han dejado a 6 millones de personas sin acceso, o limitado, al agua.
En otros lugares del mundo es más habitual, aunque tampoco con la intensidad actual. En Iraq han caído las reservas un 60% con respecto al año pasado. Hace unos meses los arqueólogos pudieron explorar a sus anchas una ciudad de 3.400 años que había quedado sepultada tras la construcción de la presa de Mosul, en los años ochenta. En el Cuerno de África hay 7,5 millones de desplazados por causas directamente relacionadas con la sequía. En América Latina, la región con más reservas de agua del planeta, están teniendo que adoptar medidas, desde Chile hasta México.
Todo ello afecta, claro, a los cultivos y al ganado, y por tanto a la seguridad alimentaria, y a millones de seres humanos que no tienen acceso al bien más básico.
Y, en general, no es que llueva menos. La lluvia sigue patrones irregulares, marcados por una multiplicidad de factores a menudo difíciles de predecir. Pero el cambio climático está acelerando y profundizando las consecuencias de su ausencia. Las olas de calor extremo, cada vez más frecuentes, secan la tierra en su superficie y muchos metros por debajo, abonando así el terreno para los fuegos salvajes. El calor favorece a su vez la formación de tormentas y lluvias torrenciales, que al caer arrasan el suelo reseco. Expertos de Naciones Unidas calculan que, por cada grado de incremento en la temperatura global, se pierde un 20% de recursos renovables de agua.
Deberíamos considerar ya la sequía como un fenómeno global, aunque a menudo se tiene en cuenta solo por sus consecuencias locales. Lo que sí se aborda como desafío global es el acceso al agua limpia y al saneamiento, como recoge el Objetivo de Desarrollo Sostenible 6 de la Agenda 2030. Más de 2.000 millones de personas en todo el mundo no tienen acceso seguro a agua potable. Y ahí uno de los retos fundamentales es mejorar su gestión, para lo cual son necesarios tanto recursos como voluntad política. Se da la paradoja de que países tan secos como los del Golfo no tienen problemas de abastecimiento -importan todo su alimento y construyen costosas desalinizadoras- mientras que otros, como la República Democrática del Congo, con la mitad de las reservas de África, carecen de infraestructuras adecuadas y no son capaces de suministrar agua potable a buena parte de su población.
La actual situación de escasez en la rica Europa ofrece una oportunidad para cambiar nuestra relación con el agua: para ganar conciencia en el Norte sobre un problema que han considerado solo propio del Sur. Por ello, la UE debería erigirse en campeón de las políticas de agua en los foros internacionales y en sus políticas de cooperación al desarrollo, como parte integral de su apuesta por el Pacto Verde. Debería, asimismo, acelerar las propias políticas de mejora en la gestión del agua: según la Comisión Europea, los estados miembros no están implementando los programas al ritmo necesario para alcanzar sus objetivos de mejora para 2027. Se trata de ganar resiliencia frente a sequías e inundaciones. Es hora también de tratar el agua como un recurso escaso, fomentando la disminución de la demanda siempre que sea posible. Europa ha estado consumiendo agua por encima de sus posibilidades.
Cuando, hace unos días, en Alemania lanzaron una campaña pidiendo a la ciudadanía duchas más cortas, lo hacían pensando en el ahorro de energía. Como muy bien sabemos por estos lares, si además de energía nos concienciamos de que ahorramos agua, tanto mejor.
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