Barraca y Tangana

Si ganan

¿Quién quiere quitarle la ilusión a un niño? Yo no, desde luego, y Laporta tampoco. Nadie quiere ser tan malvado

El presidente Joan Laporta da una palmada en la espalda de Robert Lewandowski en el momento de salir al césped del Camp Nou.

El presidente Joan Laporta da una palmada en la espalda de Robert Lewandowski en el momento de salir al césped del Camp Nou. / JORDI COTRINA

Enrique Ballester

Enrique Ballester

Por qué confiar en El PeriódicoPor qué confiar en El Periódico Por qué confiar en El Periódico

No hay frase más difícil de escribir que la primera de cada temporada. A partir de aquí ya se deslizan las tonterías en cascada, pero la primera genera siempre un pequeño tormento: la vas rumiando sin querer durante las vacaciones de verano, ese supuesto tiempo de asueto, la cambias mil veces en tu cabeza y nunca quedas del todo contento. Es imposible huir del cliché de la vuelta al colegio, del aroma a la redacción del primer día de curso, contando lo que hiciste el último verano.

Odio la primera columna de cada temporada casi tanto como el primer día de trabajo. No sabes bien si debes saludar de un modo especial o engancharte a la rutina rápido, y actuar como si nada. Odio la primera columna de la temporada porque sin querer aspiro a convertirla en algo especial, y eso suele salir mal hagas lo que hagas. Las mejores columnas de cada año han surgido siempre cuando menos lo he sospechado, como las mejores noches de fiesta, que nunca son en Nochevieja o en un cumpleaños, sino en un día tonto que no ibas a salir y que de repente se desparrama, o como los mejores partidos en la grada, que casi nunca son el día grande del calendario, sino un partido cualquiera en noviembre, imposible de prever. Es ahí casi siempre cuando surge de veras la magia.

Pero la primera columna y la pereza que genera son peajes ineludibles para llegar a esos momentos. Para qué preocuparte por cambiarlo si no puedes hacer nada. Ahora mismo, este verano, todo el mundo habla del equipo que está construyendo el Barcelona: es decir, mi cerebro hace todo lo posible para que yo no escriba del equipo que está construyendo el Barcelona, porque tengo esa tara arraigada.

Mi amigo Fernando me comentó el otro día que un viejo político, ya retirado, le dijo que algunos de los problemas de una ciudad solo se podrían resolver con unos gobernantes dispuestos a perder las siguientes elecciones y eso, por lo que sea, es algo que no se suele encontrar. Quizá para arreglar de una manera definitiva los problemas económicos del Barcelona se necesitaría una junta directiva dispuesta a perder las siguientes elecciones, pero eso tampoco parece que vaya a pasar. El fútbol permite esas jugadas: la apuesta por el corto plazo está bien vista porque conlleva ilusión a toneladas, la ilusión es el principal motor del hincha --que por encima de cualquier otra cosa anhela resultados-, y en el fútbol los hinchas somos niños malcriados. ¿Y quién quiere tratar a un niño como si fuera adulto? ¿Quién osa quitarle la ilusión a un niño? Nadie quiere ser tan malvado. El presidente Laporta no, desde luego. Y yo tampoco, eso está claro.

El Barcelona es un club grande y como tal afronta los peligros financieros instalado en una certeza mental: al final nunca pasa nada. Lo que ocurre en realidad es que ese final nunca llega, porque tiene la capacidad de alargar el final, de ir despejándolo a patadas. También es como la política: el problema a menudo no se resuelve, simplemente se aplaza. Mientras tanto la inercia vital continúa y vamos tirando. Lo que ahora importa a mis amigos culés es bajar a la piscina y comentar: ‘tenim un equipasso’.

No lo critico, que conste, solo lo constato. Si ganan, nadie se acordará de esto en la última columna de la temporada. Si ganan.

Suscríbete para seguir leyendo