Guerra de Ucrania

Temores en el flanco este

La sensación de inseguridad aumenta en los países vecinos de Rusia, según se prolonga la crisis y EEUU insiste en alimentar una guerra de desgaste para debilitar a Putin

Frontera Finlandia-Rusia

Frontera Finlandia-Rusia / Ricardo Mir de Francia

Editorial

Editorial

Por qué confiar en El PeriódicoPor qué confiar en El Periódico Por qué confiar en El Periódico

Es sabido que la invasión rusa de Ucrania ha hecho saltar por los aires el 'statu quo' en Europa. El ingreso de Finlandia en la OTAN ha multiplicado las incertidumbres sobre la seguridad en la larga frontera que se extiende desde las tierras heladas de Laponia hasta la divisoria entre Rusia y Polonia. Todos los análisis están en revisión ante una realidad indiscutible: los riesgos acrecentados a partir del 24 de febrero han llevado al Gobierno finés, a las tres repúblicas bálticas y a Polonia, fronteriza con Bielorrusia, un Estado títere a merced de Rusia, a revisar su vulnerabilidad frente a los planes expansivos que se atribuyen a Vladimir Putin, desde que dio la orden de ataque.

Los antecedentes históricos, el propósito del presidente de Rusia de recuperar la influencia de que disfrutó la Unión Soviética y una cierta tradición imperial, sin accidentes naturales que le pongan límite, justifican todos los temores de los estados limítrofes, cuya pertenencia a la OTAN es una garantía de seguridad, pero también conlleva una mayor exposición a un agravamiento de la ya muy tensa relación de Occidente con el Kremlin. Mientras que el nacionalismo ruso ha resucitado la vieja doctrina según la cual los límites de Rusia los determinan la existencia de grandes comunidades rusófonas –las de Estonia y Letonia lo son– e innegociables índices de seguridad, el derecho internacional establece la inviolabilidad de los estados como una condición derivada de su reconocimiento por las Naciones Unidas. Un requisito reforzado en Europa por el Acta de Helsinki (1975) y por la participación activa, entre otros actores, de Rusia y Ucrania, para dar carta de naturaleza a los estados nacidos del desmantelamiento de la URSS.

Tal cobertura legal es, sin embargo, papel mojado si la impugna una gran potencia nuclear como Rusia, que dice sentirse amenazada por un vecindario adscrito a la OTAN. Si, en el pasado, tanto la monarquía zarista como el régimen comunista buscaron establecer una zona de confort entre sus fronteras y la Europa Occidental, en el presente mueve a Moscú la cercanía de los aliados, la presencia de contingentes militares y la nueva doctrina de defensa de Finlandia para asegurar su frontera de 1.340 kilómetros con Rusia. El resto de argumentos puestos en circulación por el presidente Putin son de exclusivo uso interno, para mantener bajo control a una opinión pública que no tiene acceso a información independiente sobre las razones para invadir Ucrania.

En ese damero lleno de peligros, el mayor de todos ellos es que un incidente fuera de control, provocado o no, dé pie a una escalada de alcance imprevisibles. Porque si tal cosa es posible ahora, sin que un solo efectivo de la OTAN se haya implicado directamente en la guerra, lo sería mucho más a poco que Putin interpretara que Occidente ha cruzado tal línea roja. De ahí que, sin grandes manifestaciones públicas en este sentido, crezca en algunas cancillerías europeas el doble propósito de perseverar en la prudencia y lograr algún desenlace provisional y acordado de la guerra, aunque sea a costa de concesiones territoriales a Rusia en el Donbás. De ahí también que en Alemania se haya abierto un gran debate sobre hasta qué punto el Gobierno debe o no ser más proactivo en la asistencia a Ucrania. De ahí, en fin, que la sensación de inseguridad aumente en el flanco este de la OTAN, según se prolonga la crisis y Estados Unidos insiste en alimentar una guerra de desgaste para debilitar a Rusia