James Lovelock, el profeta climático
Fue un pensador libre, y sus profecías clarividentes se han ido convirtiendo en verdades incómodas
Jordi Puntí
Escritor. Autor de 'Confeti' y 'Todo Messi. Ejercicios de estilo'.
Jordi Puntí
Esta semana falleció el científico británico James Lovelock, justo el día en que cumplía 103 años. Su nombre salió más de una vez en mis artículos, porque le veo como un pensador libre, y sus profecías clarividentes se han ido convirtiendo en verdades incómodas. Lovelock, que era químico, médico y ambientólogo, es conocido sobre todo por formular la teoría de Gaia a finales de los años 70. Según sus hipótesis, la Tierra —o Gaia— se autorregula como cualquier ser vivo y, cuando se ve amenazada, utiliza sus recursos naturales para restablecer un orden físico y químico, y asegurar la supervivencia de sus ecosistemas. Es decir, si los humanos le hacen daño, la Tierra reacciona protegiéndose. Cuando Lovelock planteó esta hipótesis, las voces detractoras la encontraban fantasiosa y con una ingenuidad hippy. Hoy que los desastres de la emergencia climática son evidentes y no paran de crecer, es ya incuestionable.
En 2010, Lovelock vino a Barcelona para dar una conferencia en el Museo de Ciencias Naturales y este diario le entrevistó. Entre varias reflexiones, dejó un titular revelador: “La vida sobrevivirá al cambio climático; la humanidad, no sé”. Entonces ya predijo que el futuro traería veranos más calurosos e inviernos más fríos, escasez alimentaria y grandes migraciones. Además, decía, ya era demasiado tarde para detenerlo y solo podía frenarse con medidas extremas. Hace un par de años, su diagnóstico era aún más pesimista y, con un toque de ironía fatal, afirmaba que solo la Inteligencia Artificial, rebelándose contra el hombre, podrá salvar el planeta.
Con los años y los hechos probados, la teoría de Gaia también ha evolucionado, y otra de las aportaciones de Lovelock es que con la reacción científica no es suficiente: debe ser también social, económica y política. Este es el problema: los líderes políticos, tan volátiles y de corto vuelo, y una economía que solo se basa en el crecimiento, sin freno moral, morirán matando si es necesario. Mientras tanto, habitante ya de la nada, Lovelock nos deja un monumental “Ya lo decía yo”, que resonará en el gran aullido final.
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