Artículo de Joaquín Rábago

El nacionalismo cristiano blanco define a la América de Donald Trump

Los seguidores de este credo abusan de la teología para justificar el sexismo y el racismo que defienden y que representa un peligro real para una sociedad democrática y pluralista

Trump Supporters in Wilkes-Barre, Pennsylvania

Trump Supporters in Wilkes-Barre, Pennsylvania / EFE / TRACIE VAN AUKEN

Joaquín Rábago

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El nacionalismo cristiano, la creencia de que a Estados Unidos lo define exclusivamente el cristianismo de la raza blanca, se ha convertido en todo un credo de los seguidores fanáticos de Donald Trump.

No es casual que en la turba que asaltó el Capitolio el 6 de enero de 2021 para forzar el que su derrotado presidente siguiera en la Casa Blanca, se vieran muchas camisetas con cruces y leyendas y símbolos cristianos. Según un reciente reportaje de la emisora CNN, los nacionalistas cristianos abusan de la teología para justificar el sexismo y el racismo que defienden y que representa un peligro real para una sociedad democrática y pluralista. 

Una de las nuevas promesas del trumpismo, la representante Marjorie Taylor Greene, de Georgia, no se anduvo con tapujos en la reunión de jóvenes republicanos celebrada recientemente en Tampa (Florida): “Debemos ser todos nacionalistas cristianos”. Y el gobernador de ese estado, Ron De Santis, a quien se atribuyen ambiciones presidenciales, instó a su vez en el mismo foro a los jóvenes a “ponerse la armadura de Dios para combatir las ideas progresistas”. Algo parecido afirmó allí el propio Donald Trump: “Somos americanos y los americanos tan solo nos arrodillamos ante Dios y solo ante Dios”.

Quienes defienden el nacionalismo cristiano creen que únicamente los elegidos por Dios –todos ellos, por supuesto, blancos- deben controlar el proceso político de “la nación indispensable”, como la calificó un día la secretaria de Estado Madeleine Albright. De ahí los intentos que los republicanos han llevado a cabo en distintos estados de la Unión para, con el pretexto de impedir el fraude electoral como el que dicen que ocurrió la vez pasada, limitar fuertemente el derecho de sufragio y obstaculizar el voto de las minorías étnicas.

Un 20% de los estadounidenses blancos, es decir unos treinta millones de ciudadanos, abrazan ese cristianismo fuertemente discriminatorio y antidemocrático. Mientras tanto hay cada vez más indicios de que, convencido de que los demócratas le robaron la última vez la Casa Blanca, Trump está decidido a tomarse la revancha frente al demócrata Joe Biden. Lo volvió a insinuar esta semana en Washington.

Y en caso de conseguirlo, prepara, entre otras cosas, una escabechina en la función pública, restituyendo una orden ejecutiva que firmó solo unos días antes de perder la Casa Blanca y que luego anuló su sucesor, el demócrata Joe Biden. Se trata del decreto conocido en inglés como 'Schedule F', que le permitiría despedir arbitrariamente a decenas de miles de empleados públicos -muchos más de los que suelen perder sus puestos cada vez que cambia el Gobierno- para sustituirlos por personas de su entera confianza.

Trump pretende hacer esos cambios en todos los ministerios, pero sobre todo en los más importantes, como el Departamento de Estado, el de Justicia, el Pentágono, la Agencia para la Protección del Medio Ambiente o la Administración Tributaria. 

Si el Dios de todos los cristianos, y no ese al que él y sus partidarios siempre apelan, no lo remedia, el país y el mundo pueden irse preparando.

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