Artículo de Albert Puig-Gómez

Subidas de tipos y ajuste recesivo; el escenario que viene

Si los bancos centrales siguen aumentando los tipos, la inflación posiblemente disminuirá, pero lo hará a costa de intensificar la recesión

Federal Reserve raises interest rates by three-quarters of a percentage point

Federal Reserve raises interest rates by three-quarters of a percentage point / EFE / JIM LO SCALZO

Albert Puig-Gómez

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La Reserva Federal de los Estados Unidos acaba de anunciar un nuevo aumento de su tipo de interés, llevándolo del 0% al 2,25% en cuatro meses. Por su parte, el Banco Central Europeo elevó, el 21 de julio, en 50 puntos básicos su tasa de referencia (fijándola en el 0,5%), lo que fue el primer aumento en los últimos 11 años después de mantenerla en el 0% desde marzo de 2016. También el Banco de Inglaterra ha endurecido su política monetaria, decidiendo en junio su quinta subida consecutiva, llevando los tipos al máximo de los últimos 13 años.

Las "tasas políticas" de los bancos centrales marcan el suelo para los tipos de interés que aplicarán los bancos comerciales a empresas y hogares. Con esta medida, que fuerza al alza los tipos de interés para los préstamos, se busca reducir el gasto en consumo e inversión, lo cual supuestamente enfriará la demanda en general y, en consecuencia, las tasas de inflación disminuirán.

Este razonamiento se basa en dos posibles causas del aumento de la inflación. Para algunos, los bancos centrales han estado “imprimiendo” demasiado dinero, lo cual ha permitido un aumento de la demanda, desencadenado un aumento de precios (explicación monetarista). Los partidarios de esta explicación relacionan la actual subida de precios con los bajos tipos de interés mantenidos durante más de una década, así como con las compras de deuda llevadas a cabo por las autoridades monetarias en los últimos años –la llamada expansión cuantitativa–. Para otros, el impulsor de la inflación es el aumento de la demanda procedente de las empresas y hogares –la demanda agregada-, lo que en la actual ola inflacionista se explicaría por la liberación de una demanda reprimida durante los dos primeros años de pandemia (explicación keynesiana).

Pero las evidencias señalan que ninguna de las causas anteriores explica el actual episodio inflacionario. Aunque es cierto que los tipos de interés se han mantenido en niveles extraordinariamente bajos durante muchos años, que la expansión monetaria ha sido importante durante casi una década y que la demanda se reactivó a medida que se fueron levantando las restricciones impuestas en las fases más agudas de la pandemia, lo que ha desencadenado los actuales aumentos de las tasas de inflación ha sido una profundización del debilitamiento de la oferta, lo cual ya era observable antes de la pandemia. La producción mundial se estaba desacelerando como consecuencia de un crecimiento de la productividad muy bajo, lo cual se derivaba de una desaceleración de la inversión consecuencia de que la rentabilidad del capital estaba en mínimos históricos en las principales economías del mundo. A ello hay que sumar, por supuesto, tanto los cuellos de botella en los suministros generados por las medidas de confinamiento vinculadas al covid-19, como las consecuencias del conflicto entre Rusia y Ucrania, especialmente en energía y alimentos, incluyendo las sanciones contra los suministros procedentes de Rusia.

Pero si lo que está acelerando la inflación es un crecimiento demasiado débil de la producción y la inversión para responder a la reactivación de la demanda, las subidas de las tasas políticas de los bancos centrales solo conseguirán detener la inflación a través de un efecto recesivo en sus economías, similar a lo que sucedió a principios de la década de los 80 del siglo pasado, cuando las subidas de tipos de interés redujeron la inflación, pero como efecto indirecto de una importante caída de la producción y un significativo aumento del desempleo.

Tratar síntomas sin considerar sus causas puede conseguir eliminar los primeros, pero también generar graves consecuencias económicas y sociales. Si los bancos centrales siguen aumentando los tipos, la inflación –el síntoma-, en algún momento impreciso del tiempo posiblemente disminuirá, pero lo hará a costa de intensificar la recesión con sus consiguientes impactos laborales y sociales, es decir, potenciando los efectos redistributivos que tiene la inflación.

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