Geoestrategia

El incierto acuerdo del cereal

La falta de una alternativa a los graneros de Europa confiere a Putin una influencia aumentada para imponer su voluntad

El puerto de Odesa tras el ataque con misiles ruso

El puerto de Odesa tras el ataque con misiles ruso / Fuerzas armadas ucranianas

Editorial

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El ataque con misiles del sábado contra el puerto ucraniano de Odesa abre muchas incógnitas sobre la aplicación del acuerdo de Estambul que garantiza la salida de los 22 millones de toneladas de cereales que la guerra impide que se exporten a destinos especialmente necesitados de tales productos. Si la forma en que se alcanzó el compromiso con la mediación del presidente de Turquía, Recep Tayyip Erdogan, justificó los temores a priori de que el documento fuese papel mojado, la decisión de Rusia de bombardear antes de que el primer barco saliera de puerto presagia una aplicación por lo menos azarosa del acuerdo, por no decir que es escasamente viable.

Basta repasar las condiciones en que ambas partes negociaron la apertura de una ruta segura en el mar Negro entre dos puertos ucranianos y el Bósforo para calibrar la debilidad del compromiso alcanzado: los negociadores nunca compartieron mesa, funcionarios turcos actuaron como mensajeros y Rusia y Ucrania firmaron por separado el documento final. El grado de desconfianza fue y es tan alto que las razones de índole económica y humanitaria, más por el lado ruso que por el ucraniano, apenas pesan frente a los objetivos estratégicos, al empeño de Vladímir Putin de marcar el tempo de la crisis y a la incapacidad manifiesta de los garantes del acuerdo, entre ellos las Naciones Unidas, de salvaguardar lo pactado.

Los perjudicados por una incertidumbre permanente lo son a un tiempo los agricultores ucranianos que almacenan en los silos grano sin posibilidad de darle salida y los destinatarios de cereales como el trigo, la avena y el maíz, productos de alimentación básicos en el Sur deprimido y en muchos países en vías de desarrollo. Ni los campesinos, ciudadanos de un país devastado por más de 150 días de guerra, ni las comunidades más vulnerables que precisan importar alimentos disponen de medios para desatascar una situación angustiosa. Todo lo cual condena a los cultivadores a la ruina y a los consumidores sin otras fuentes de suministro a una mezcla diabólica de alza de los precios y de hambrunas, algo que puede traer aparejado un aumento de los flujos migratorios irregulares desde África y Asia con destino a Europa.

Resulta perturbadora por inhumana que la impotencia de la comunidad internacional para imponer el cumplimiento de lo acordado vaticine una precariedad acrecentada en entornos carentes de recursos para paliar las consecuencias de la guerra en Europa. Pero lo cierto es que esta es la situación y que no es exagerado decir que ha gripado el motor de la globalización. Como señalan diferentes analistas, la guerra de Ucrania ha dejado al descubierto la falta de instrumentos a escala global para gestionar los efectos globales de una crisis sin fecha de caducidad.

Ni siquiera la posibilidad de que, superado el parón causado por el bombardeo del puerto de Odesa, se hagan a la mar los primeros cargueros con cereales hará disminuir el temor de que en cualquier momento deje de tener salida el grano por la razón que sea. Es decir, se han esfumado las garantías alimentarias para decenas de millones de personas que parecían en parte protegidas por el acuerdo de Estambul. Con el agravante, por demás conocido, de que no existe una alternativa a los graneros de Europa, algo que confiere al presidente Putin una influencia ampliada para imponer su voluntad en escenarios con una necesidad perentoria de alimentos.