Ágora | Artículo de Ernest Maragall

¿Dónde está "la ‘ville’ de Barcelona"?

Hemos pasado de la complicidad a la desconfianza, del liderazgo positivo y de amplio alcance a un caudillismo de minoría fidelizada a base de dogmatismo y clientelismo

Pasqual Maragall celebra la nominación de Barcelona para organizar los Juegos Olímpicos de 1992.

Pasqual Maragall celebra la nominación de Barcelona para organizar los Juegos Olímpicos de 1992. / CARLOS MONTAÑES

Ernest Maragall

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"À la ville de... Barcelona!". Lo recuerdo como si fuera hoy. Recuerdo donde estaba, a quiénes tenía al lado y cómo lo celebramos en una de aquellas salas entrañables (creo que ya no existe) del ayuntamiento de los años 80. 

Aquel viernes 17 de octubre de 1986 cambiaba nuestra historia colectiva y arrancaba un proyecto que, 30 años después, sigue generando magníficos recuerdos y, de hecho, sigue produciendo efectos tangibles. Efectos tan positivos como reconocibles en su mayoría, aunque hoy debamos someter a ojo crítico la gestión que de aquel inmenso capital se ha hecho en los últimos, al menos, 15 años.

Es buen momento para constatar que aquel éxito partía de una determinada definición del proyecto olímpico, estableciendo una doble pero coordinada estrategia, visión y operación.

El acontecimiento deportivo con todas las complejidades que implicaba, por un lado. La ciudad y su profunda transformación por otro. 

Cada uno con su lógica organizativa, económica, funcional y financiera. Cada uno con su gobernanza y sus responsabilidades muy delimitadas. Y los dos proyectos funcionaron. Hicimos los mejores juegos, dicen, y dejamos nueva y reluciente la mejor ciudad. Del mar a las rondas, de Montjuïc a las ‘trinitats’ Vella y Nova, del Poblenou a la Vall d’Hebron. “Creamos” ciudad pero también, quizá todavía más, ciudadanía. La ciudad entendió el reto que nos habíamos planteado y lo hizo suyo. 

Precisamente, en la medida en que se captó el rasgo diferencial que el proyecto olímpico ofrecía: el liderazgo público incontestable acompañado de la implicación ciudadana imprescindible.

Actuando ambos polos en explícita y abierta complicidad. Con los voluntarios olímpicos como fenómeno excepcional e irrepetible. 

Por cierto, este rasgo distintivo del proyecto Barcelona-92 incluía una determinada visión de país que apenas ahora redescubrimos y lideramos desde el gobierno republicano de Pere Aragonès: el concepto "Catalunya sencera", plasmado entonces en la distribución de sedes olímpicas por todo el país: de la Seu d’Urgell a Terrassa, de Badalona a Granollers, de Castelldefels a Banyoles, de Sabadell a Reus, de Mollet a Vic y Seva... 

Este es otro de los legados olímpicos pendientes de reconocer y actualizar, ahora desde una nueva y urgente alianza entre Barcelona, la potente red de ciudades grandes y medianas y el conjunto de villas y pueblos que dan vida y significación a cada metro cuadrado del territorio catalán.

Este aniversario, pues, nos ilustra y aumenta críticamente la reflexión de contraste sobre nuestro presente. Sobre todo porque es bastante explícito lo que no tenemos, la diferencia negativa en relación al clima social y al carácter de la conexión entre institución (ayuntamiento) y ciudadanía.

Hemos pasado de la complicidad a la desconfianza, del liderazgo positivo y de amplio alcance a un caudillismo de minoría fidelizada a base de dogmatismo y clientelismo. Hemos sustituido el orgullo compartido por la frustración o el desconcierto de una mayoría de barcelonesas y barceloneses. La ciudad no sabe adónde va, no entiende el porqué de lo que ve y oye y no puede sino expresar disgusto diario por las numerosas muestras de desgobierno y desorientación. 

Si hace 30 años las palabras eran ‘autoestima’ e ‘implicación colectiva’, ahora encontramos a faltar ‘confianza’, ‘orgullo’ y ‘buen gobierno’. ¿Dónde está la Barcelona combativa que no se resigna? Barcelona "tiene poder", sí. 

Es hora de ejercerlo, de ponerlo al servicio del interés general. 

Este es el reto que asumimos: ganarnos la confianza de la ciudadanía, construir las complicidades que sabemos imprescindibles, recuperar el orgullo colectivo, ofrecer un proyecto tan claro como ambicioso para afrontar las nuevas y potentes complejidades que hoy se nos plantean. Los tiempos pospandémicos y todavía bélicos que vivimos piden una Barcelona (... y una "Catalunya sencera") viva, fuerte, cohesionada, referente como ciudad y como calidad democrática, con todo el ánimo necesario para crear molde nuevo, para generar equidad y libertad, para afirmar el carácter abierto y universal de la propia personalidad. 

Sobre esto tendrá que ir el debate de fondo que en los próximos meses nos conducirá al cambio de rumbo, es decir de gobernación, que Barcelona espera y exige.

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