Artículo de Jordi Mercader

El retorno de Puigdemont

Puigdemont no va a regresar a España para permanecer en la cárcel los años a los que condenadon a Junqueras. Eso supondría enterrar su aureola de héroe indomable que un día querrá capitalizar

Carles Puigdemont

Carles Puigdemont / OLIVIER HOSLET / EFE

Jordi Mercader

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Carles Puigdemont tiene una carta por jugar: el regreso a Catalunya. Está por ver en qué condiciones va a realizar este movimiento, sin embargo, si no quiere convertirse en un simple recuerdo no le quedará otra, más allá de convertir Waterloo en una Catalunya republicana en miniatura. Su dilema es cristalino. O instalarse definitivamente en la ficción para satisfacción de los que acuden al santuario o volver a la dura realidad, en la que él es un problema pendiente.

El ‘expresident’ de la Generalitat no lo tiene fácil; todas sus opciones reales pasan por someterse a la justicia española. Excepto, claro, en la versión independentista del cuento de la lechera en el que entra en Barcelona en un coche descapotable directo al Palau de la Generalitat, bien porque el Estado español se ha desintegrado o porque la Unión Europea vaya a obligar al gobierno central a aceptar un referéndum de secesión contra su propio ordenamiento jurídico. A corto, medio y largo plazo estas alternativas quedan para las discusiones de sobremesa.

Hasta ahora, Puigdemont aguarda acontecimientos y cuenta con que estos le sean favorables, especialmente en la justicia europea. Que la sentencia del TJUE tumbe finalmente la doctrina Llarena en contra de la opinión del abogado general del tribunal; que su inmunidad como europarlamentario sea ratificada; que el Tribunal Europeo de Derechos Humanos obligue a la repetición del juicio contra los dirigentes condenados por sedición en el Tribunal Supremo o que el Congreso de los Diputados apruebe una amnistía. Todo podría suceder, sin embargo, más bien parece que el círculo se cierra en contra de sus intereses. Manteniendo esta tesis, un día más o menos lejano deberá elegir entre convertirse en ciudadano del mundo exterior a la Unión Europea o ser fotografiado entre dos policías españoles a su llegada a Barajas.

Hay otra vía: tomar la iniciativa. Su aparición voluntaria en Madrid, con las manos en los bolsillos, rodeado de periodistas y seguidores, tal vez incluso acompañado por el actual ‘president’ de la Generalitat (difícil de visualizar, dadas las relaciones con ERC) supondría un vuelco al tran-tran de la política catalana y española en el asunto que nos ocupa. Es lógico pensar que su comparecencia ante el juez Pablo Llarena no se saldaría en los mismos términos que en los casos de Serret y Gabriel, en consonancia con los delitos por los que es buscado. Naturalmente, pues, este plan no le vale sin las circunstancias apropiadas.

No hay indicios de que ERC vaya a presionar a Sánchez en la mesa de negociación para resolver de forma prioritaria la situación de Puigdemont y todo apunta a que Sánchez considera que el indulto es suficiente carta de crédito en el ámbito de la UE para certificar su voluntad de diálogo. A Puigdemont, el indulto de sus viejos compañeros de fracaso le vale de poco. Al ‘expresident’ le convendría más la reforma del delito de sedición en el Código Penal, una iniciativa contemplada por el Gobierno de Sánchez sin concretar por falta de consenso, justamente con ERC, que quisiera la eliminación de todo el enunciado.

Puigdemont no va a regresar a España para permanecer en la cárcel los años a los que condenadon a Junqueras. Eso supondría enterrar su aureola de héroe indomable que un día querrá capitalizar, pero Puigdemont no va a poder volver sin pasar por Pablo Llarena y presumiblemente por prisión. De querer el presidente del Consell per la República recuperar su protagonismo en la política catalana y en la dirección del movimiento independentista no tiene otro remedio que estar presente sobre el terreno para precipitar acontecimientos. Su retorno convulsionaría la política catalana y española, pero hay que hacerse a la idea de que sin resolver el factor Puigdemont la normalidad en Catalunya cojeará.

El gran reto del ‘expresident’ es que las condiciones favorables deberá crearlas él mismo. Patrícia Plaja, la portavoz del Govern de Aragonès que cuenta con la mitad de ‘consellers’ de Junts, lo advirtió hace pocos días: “Puigdemont no es objeto del diálogo”, se entiende que en el marco de la mesa de negociación. Nadie dialogará por él, sin embargo, habrá otros escenarios de negociación, se supone. Y si no los hay, los habrá.

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