Artículo de Sergi Sol

Tres balas y 37 muertos

La diputada María Dantas había visitado la verja de Melilla y traído consigo las balas que utilizó la policía marroquí para detener el enésimo salto a la valla

Cartuchos mostrados por Gabriel Rufián en el debate sobre el estado de la nación

Cartuchos mostrados por Gabriel Rufián en el debate sobre el estado de la nación / David Castro

Sergi Sol

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Los diputados del PSOE aplaudieron con más entusiasmo la réplica de Pedro Sánchez a Rufián que las del presidente a la portavoz del PP, Cuca Gamarra, a la que Sánchez se merendó. Tanto por virtudes propias –una cascada de anuncios en materia económica y social– como por la bajeza del discurso de Gamarra, que se recreó en el recuerdo a Miguel Ángel Blanco para fustigar a los socialistas. No es la primera vez que se recurre a esa artimaña. De hecho, es cíclico. Tal vez por eso suena tanto a gastada como a soez.

Gabriel Rufián llegó al Congreso haciendo un alto en el camino de su viaje nupcial tras casarse por San Juan en Guipúzkoa con una mujer tan inteligente como agradable. Pilló el avión desde el norte de Europa y se bajó en Barajas dispuesto a cumplir con su cometido como portavoz. Llegó sonriente luego de aprovechar el viaje para dar los últimos retoques a su discurso. Lo mantuvo casi en su totalidad tras una charla con el grupo parlamentario. La diputada María Dantas había visitado la verja de Melilla y traído consigo las balas que utilizó la policía marroquí para detener el enésimo salto a la valla.

Rufián empezó diciéndole al presidente Sánchez: “Hoy se ha levantado de izquierdas”, a lo que este ya respondió con una mueca de desaprobación. Trabó un buen discurso, entendible para la gente de a pie. Nada que ver con Gamarra. Hasta que mostró con énfasis las tres balas de la discordia que sacaron a Sánchez de sus casillas. Este se revolvió desde el escaño y le espetó “Tío, tío, no me llames racista”.

Siempre es dudosa la parte del discurso con efectos especiales. Aunque para nada fue más ejemplar la reacción inicial de Pedro Sánchez tras haber perecido 37 personas. Tal vez eso explica parte del cabreo presidencial. Sánchez no estuvo bien tras la tragedia de Melilla. Y lo sabía.

Al final del tenso debate, el último del día, hablaron. Sánchez insistió en su reproche y Rufián que no había para tanto. Después, ambos cenaron. Sánchez con los suyos. Y Rufián con los diputados republicanos y con los del PNV, que justo se sentaron en la mesa de al lado. Ya, con el estómago lleno, todos se fueron de buen humor a dormir. Sobre todo Rufián, que retomó el avión rumbo a la felicidad.

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