La lacra de ensuciar y el elogio del limpiar
Josep Maria Fonalleras
Escritor
En 1969 se llevó a cabo un experimento que consistía en abandonar un coche, con las puertas abiertas, en un barrio conflictivo de Nueva York. A las pocas horas, no quedaba prácticamente nada. Lo mismo hicieron en Palo Alto, en California. Durante una semana, el vehículo permaneció intacto. Después, decidieron romper los cristales y abollar la carrocería. Ocurrió lo mismo que había ocurrido en el Bronx. Del experimento, los profesores James Wilson y George Kelling extrajeron una reflexión que llamaron “teoría de las ventanas rotas”. Nos viene a decir que el deterioro de una parte (por ínfima que sea) de los bienes que hay en la calle, muebles o inmuebles, genera un aumento progresivo de las conductas incívicas y, por tanto, una brecha en la convivencia.
He pensado en ello al leer el reportaje de EL PERIODICO sobre las pintadas en Barcelona. La responsable de la limpieza patrimonial afirma que es un bucle sin fin, una especie de castigo de Sísifo contemporáneo: limpias, ensucian de nuevo, vuelves a limpiar. Más allá de las llamadas a luchar contra esta lacra, el secreto consiste en limpiar tan pronto como sea posible. Es decir, en arreglar las ventanas rotas para que no se estropee el edificio entero.
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