Artículo de Alejandro Giménez Imirizaldu

Volver al pasado, Barcelona 92

¿Qué haríamos hoy distinto, qué no haríamos de ninguna manera?

Pasqual Maragall celebra la nominación de Barcelona para organizar los Juegos Olímpicos de 1992.

Pasqual Maragall celebra la nominación de Barcelona para organizar los Juegos Olímpicos de 1992. / CARLOS MONTAÑES

Alejandro Giménez Imirizaldu

Alejandro Giménez Imirizaldu

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Cómo volver al pasado

Tornar el agua a las fuentes

Retirar las palabras hirientes

Y verte otra vez a mi lado. (D. Warren, 1989)

Han pasado tres décadas desde los Juegos Olímpicos de Barcelona-92. Ante la tentación de escribir con el alma aferrada a un dulce recuerdo o llorar por la leche derramada, tal vez sea buen momento para detenerse a pensar. En urbanismo, 30 años no es nada. Los logros olímpicos han sido aplaudidos hasta la saciedad. No abunda la crítica, aunque en los 90 unos pocos se desgañitaban contra los excesos del automóvil, en defensa de los barrios, por el patrimonio industrial y ferroviario, frente a la mercantilización de los espacios públicos y a favor de una ciudad más participada y más verde. Sostenible, se decía entonces. De los errores se aprende: ¿qué haríamos hoy distinto, qué no haríamos de ninguna manera?

De primero: menos asfalto. Invertir jerarquías. Ajustar la forma y tamaño de las calzadas para favorecer movilidades saludables e inclusivas: peatones, tranvías y bicicletas. Plantar más árboles, más arbustivas, trepadoras y tapizantes. Apostar por una vegetación autóctona, menos exótica o decorativa, quizá más productiva: frutales, aromáticas, huertos y cereales. Usaríamos verdes mediterráneos, más tostados, más nuestros. No quitaríamos trenes. La sustitución de la vía de Mataró por una autopista urbana pudo justificarse económicamente en su momento, pero fue un error lamentable desde el punto de vista de la calidad de nuestra costa, de la relación de la ciudad con el mar, de la red ferroviaria y la salud de los barceloneses. Estamos a tiempo de transformar la Ronda Litoral en una avenida metropolitana tranquila y dotada de transporte colectivo. Tampoco los taparíamos tanto. Según avanza la tecnología, trenes y tranvías se fabrican cada vez más ligeros, seguros, versátiles, eficaces y silenciosos, mucho más compatibles con el paisaje y la vida que otras formas de movilidad. Promocionar el transporte de mercancías sobre raíles de noche. Y la intermodalidad tren-bici.

No haríamos sectores residenciales de venta libre, como la Vila Olímpica. Apoyaríamos menos la compra y más el alquiler. Aliviaríamos la especulación introduciendo fragmentos suficientes de vivienda protegida en todos los barrios para alentar la emancipación de los jóvenes y un envejecimiento digno de los mayores. Construiríamos menos bloques y más casas entre medianeras, con pisos de distintos tamaños, para favorecer la promiscuidad social. Serían pisos con habitaciones más grandes e intercambiables, todas con balcón o galería. Pero también casas más profundas, con más sombra, más patios, más frescas. Entre medianeras ¿lo había puesto ya? Insisto. En-tre-me-dia-ne-ras. Lo único más verde que un raíl es una pared medianera ejerciendo su función. Menos bloque y menos torre. Calles de casas a sardinel, pegaditas, en comunidades de seis, 12, 24 familias. Familias de todo tipo: numerosas y unipersonales, de rentas altas y bajas, tanas y payas, hetero y homoafectivas obligadas a saludarse con distintos acentos en la escalera y por la calle. En calles con menos coches, más estrechas y con tiendas. Menos centros comerciales. Proteger el comercio de proximidad. Favorecer la modernización de los mercados (telecompra, reparto, producto local) en lugar de inocular tanto súper.

De segundo: tendríamos más en cuenta a los niños y a las personas mayores. A los colectivos minoritarios por cultura, diversidad funcional, origen, género u orientación se les pondrían las cosas más fáciles en su acceso a la vivienda y en los espacios colectivos. Remar todo el rato a la contra cansa y amarga el carácter. Usaríamos fórmulas de participación más propositivas y menos tuteladas. Y podríamos imbricar esas fórmulas en una idea metropolitana de la ciudad, porque habríamos sabido articular las fuerzas municipales en un área compartida y generosa, capaz de ahuyentar a egos locales, a políticos aprovechados y a ‘nimbystas’.

De postre, volviendo al himno de Cher que encabeza este texto, lo haríamos todo con muchas, muchas más mujeres, en todos los niveles de acción, decisión y responsabilidad.

Tal vez ese postre escrito por Diane Warren en 1989 como plato único habría bastado.

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