Artículo de Rosa Paz

Mantener viva a ETA

El PP, como firmante de todos los pactos antiterroristas, debería asumir lo que explícitamente se buscaba con ellos: que los etarras dejaran de matar y defendieran sus posiciones políticamente

gamarra feijoo

gamarra feijoo / David Castro

Rosa Paz

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Bildu ha prestado cinco de los 173 votos con que se aprobó el jueves la ley de memoria democrática. No obstante, ese hecho ha llevado a las derechas a lanzar una implacable campaña contra Pedro Sánchez por pactar una norma tan sensible con “los herederos de ETA”. Lo que reprochan al Gobierno no es solo que se avance en la ley de Zapatero para que ahora sea el Estado el que se ocupe de la exhumación de los restos de los asesinados por el franquismo que aun están en cunetas o fosas comunes, sino que su principal excusa es que la ley propicia la creación de una comisión técnica que investigue la vulneración de los derechos humanos a personas que lucharon por la democracia en el periodo que va desde la aprobación de la Constitución de 1978 hasta finales de 1983.

Sin explicar en qué consiste y a quién afectaría esa parte de la ley, las tres derechas –la extrema, la que va de centrista y la que está en fase de extinción– han puesto el grito en el cielo, dando a entender que con esa extensión temporal EH Bildu quiere que se investigue el terrorismo de Estado mientras pretende que se vayan de rositas los terroristas de ETA. Pero no es eso lo que dice el texto. Cuando la norma habla de una comisión que estudie “los supuestos de vulneración de derechos humanos a personas por su lucha por la consolidación de la democracia, los derechos fundamentales y los valores democráticos” no se está refiriendo, obviamente, a los terroristas de ETA sino a ciudadanos de izquierdas, que fueron víctimas de la violencia de la extrema derecha y de fuerzas policiales y parapoliciales en aquellos años.

Es normal que a las víctimas les duelan los pactos con Bildu, porque sus heridas están aun sin cicatrizar. Pero el PP, como firmante de todos los pactos antiterroristas, debería asumir lo que explícitamente se buscaba con ellos: que los etarras dejaran de matar y defendieran sus posiciones políticamente. Sorprende, por tanto, que 11 años después de que la banda terrorista desapareciera, Núñez Feijóo se empeñe en mantener el mensaje de “todo es ETA”, en el que tanto insistió Pablo Casado. Salvo, claro está, que piense que, una vez garantizado que se apropiará de los votantes de Ciudadanos, ha llegado el momento de recuperar también a los que se le fueron a Vox. Feijóo sabe también que, salvo en el País Vasco y en Catalunya, una de las cosas que más erosiona electoralmente al PSOE de Sánchez son sus pactos con Bildu y ERC. Por eso machaca en ese clavo. Valiéndose, eso sí, de la desmemoria colectiva que ha olvidado que el primero en reunirse con Batasuna y con ETA, tan solo año y medio después del asesinato de Miguel Ángel Blanco, fue precisamente el Gobierno de José María Aznar.

Está por ver qué efecto tendrá esa estrategia en el ánimo de los electores, pero resultó cuando menos extraño el empeño del PP por mantener viva a la extinta ETA cuando, en el debate de política general, estaban en discusión asuntos tan acuciantes como la elevadísima inflación, las negras previsiones energéticas y las medidas para hacerles frente.Y ahí es donde Sánchez les ganó.

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