Artículo de José A. Sorolla

Francia se normaliza

La ausencia de mayoría absoluta da más poder al Parlamento y la extrema derecha está representada más acorde con el voto de los franceses

Emmanuel Macron pasa revista a la guardia de honor durante la ceremonia militar anual del Día de la Bastilla, en París, este martes 14 de julio

Emmanuel Macron pasa revista a la guardia de honor durante la ceremonia militar anual del Día de la Bastilla, en París, este martes 14 de julio / periodico

José A. Sorolla

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Pese a la conmoción causada por la pérdida por Emmanuel Macron de la mayoría absoluta en la Asamblea Nacional, las elecciones legislativas y sus consecuencias políticas posteriores han propiciado que Francia entre en la normalidad y se acabe en cierto modo con la excepción de un régimen presidencialista más parecido al de Estados Unidos, aunque con notables diferencias por el federalismo y por el destacado papel del Congreso y el Senado norteamericanos, lo que no ocurría en el sistema político francés.

La pérdida de la mayoría absoluta, una gran novedad por ser inhabitual, devuelve en cierta manera el poder al Parlamento, en el que la mayoría presidencial tendrá que emplearse a fondo para pactar ley por ley, ya que hasta ahora, en las semanas trascurridas desde las legislativas, ha sido incapaz de forjar alianzas con las fuerzas más próximas, como pueden ser Los Republicanos (derecha tradicional neogaullista) o el Partido Socialista, que, aunque formó parte de la coalición izquierdista Nueva Unión Popular Ecológica y Social (Nupes), tiene grupo parlamentario propio y autonomía para decidir sus alianzas.

Con el nuevo protagonismo de un Parlamento sin mayoría absoluta, Francia se acerca más a modelos como el alemán o el español, donde gobiernan partidos en coalición porque las mayorías absolutas son escasas en Europa y cada vez parece que lo van a ser más. Francia, de todos modos, sigue manteniendo un fuerte presidencialismo. No hay más que ver que el segundo Gobierno de la primera ministra, Elisabeth Borne, no se ha sometido a la moción de confianza –equivalente a lo que en otros sistemas sería la investidura— porque no está obligado a ello.

En este segundo Gobierno, remodelado para sustituir a las tres ministras que no fueron elegidas diputadas –condición que había puesto Macron para que siguieran--, se aprecian también las nuevas exigencias de gobernar en minoría. Integrado por una mayoría de ministros procedentes de la derecha y por personalidades de la sociedad civil, Macron ha incluido a más miembros de los partidos que forman la coalición Juntos con la que la mayoría presidencial concurrió a las legislativas. Así, el Modem centrista de François Bayrou pasa de tener un solo representante en el primer Gobierno de Borne a cuatro y Horizontes, el grupo del exprimer ministro macronista Edouard Philippe, tiene dos en lugar de uno. Otro signo de los nuevos tiempos es una mayor autonomía del grupo parlamentario, que ha elegido para presidir la Asamblea Nacional a la candidata que no era la preferida del Elíseo.

El mayor poder del Parlamento es un signo de normalización, pero lo es aún más el protagonismo que ha adquirido el Reagrupamiento Nacional (RN) de Marine Le Pen. La extrema derecha obtuvo un récord de 89 diputados en las legislativas, lo que, en un sistema mayoritario a dos vueltas, es un gran resultado. La anterior marca eran los 35 escaños conseguidos por el Frente Nacional en 1986, pero entonces el sistema electoral había sido cambiado al proporcional. Dos de los diputados lepenistas han sido además elegidos entre los seis vicepresidentes de la Asamblea.

Ambos hechos han abierto un debate en Francia porque ni en las legislativas ni en la composición de la Asamblea ha funcionado el frente republicano, la alianza de los demás partidos para frenar a la extrema derecha. La coalición de Macron ha sido acusada de favorecer a Le Pen al no dar consigna de voto en los casos en que se enfrentaban un candidato del RN y uno de la Nupes, y al permitir la elección de los vicepresidentes, incluso votando a favor en algunos casos.

Esta actitud contrasta evidentemente con el objetivo de Macron, anunciado en 2017, de parar a la extrema derecha, pero los macronistas aducen que “deben hacer respetar la voluntad de los franceses”. En cualquier caso, la normalización del RN acaba con una anomalía democrática: la de que un partido que consiguió en las presidenciales de 2017 diez millones de votos, solo tenía ocho diputados en la Asamblea Nacional. Millones de franceses quedaban así sin representación. Ahora, con 13 millones de votos de Marine Le Pen en las presidenciales, la extrema derecha tiene 89 escaños y es el primer partido de la oposición (la Francia Insumisa, el mayor componente de la Nupes, tiene 75). A la extrema derecha se la debe combatir con políticas que le resten votos y renunciando a pactar con el RN, pero no con el sistema electoral. Además, ¿no es mejor que la extrema derecha haga la oposición en el Parlamento y no fuera de él? 

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