Las emergencias y la salud mental
Josep Maria Fonalleras
Escritor
Hablo con una amiga psiquiatra que me comenta el estado crítico de la atención a la salud mental en los centros públicos. Más allá de las cifras, que son estremecedoras, me explica la emergencia psiquiátrica en las dos acepciones de la palabra. Sale a la superficie y es un asunto grave. Ella no es pesimista, ni tampoco catastrofista, y es por eso que sus reflexiones me parecen aun más estremecedoras. No hablamos solo de las estadísticas de suicidios, sino, por ejemplo, de las autolesiones, un fenómeno que va en aumento y que certifica la existencia de una desazón insondable, una especie de necesidad de desapegarse de una realidad arisca con la evidencia de un dolor que no es difuso, sino explícito y, al menos, en la percepción que tienen las víctimas, tangible y sanador, en la medida en que identifica la herida con una constatación de la vida que se desvanece.
Las consecuencias de la pandemia en relación a los intentos de fuga (y lo son todos, en definitiva, desde el adiós definitivo a la lenta despedida en un presente sin esperanza) colapsan el día a día de los centros. Es una mancha que se va extendiendo, un goteo continuo de incertidumbres, una hemorragia que nos desangra en silencio.
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