La dependencia del gas ruso
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Europa ante el chantaje de Putin

Ante el temor de que el presidente ruso utilice el gasoducto Nord Stream como un arma de guerra, la UE debe tener una política común, más coordinada que nunca

Construcción del gasoducto Nord Stream 2, en la localidad rusa de Kingisepp, en 2019.

Construcción del gasoducto Nord Stream 2, en la localidad rusa de Kingisepp, en 2019.

Europa está pendiente de que Vladímir Putin, un hombre al que considera cuanto menos como impredecible, cumpla con su compromiso de volver a abrir el grifo del Nord Stream 1, que lleva su gas a media Europa. En otras circunstancias, la parada del gasoducto sería un quebranto menor, meramente técnico, provocado por la necesidad de cambiar una de las turbinas que bombean el gas. Quince días de interrupción, como mucho. En las condiciones actuales, con la guerra de Ucrania, la preocupación es mayúscula en la Unión Europea, teniendo en cuenta que, en 14 de sus países, la dependencia del gas ruso supera el 50%. Entre ellos, Alemania, cuya industria se paralizaría sin el gas que le llega de Rusia, y cuyos hogares no podrían calentarse el próximo invierno. Aunque hay países, como España, que tienen sus fuentes de gas más diversificadas, estos tampoco escaparían a las consecuencias que tendría la decisión de Putin de no volver a abrir el grifo del Nord Stream, tras la reparación de la turbina. Estaríamos pues ante una emergencia que reclama la máxima atención de los gobiernos, las instituciones comunitarias, e incluso las sociedades europeas.

Ante el temor de que Putin utilice el Nord Stream como un arma de guerra, la UE debe tener una política común, más coordinada que nunca. Hoy más que nunca, es necesario tomar conciencia de que no existen respuestas nacionales, por mucho que gobernantes como el primer ministro húngaro, Viktor Orbán, lo insinúen. Aquellos que aspiramos a salir de esta crisis con una UE más fuerte y más unida no tenemos otro camino que el de la acción decidida y concertada. Sabiendo que no existen soluciones ideales a corto plazo, tras décadas de dependencia del gas ruso que han colocado algunos países de la UE en una situación de extrema vulnerabilidad. A medio y largo plazo, la solución pasa por la diversificación, y por acelerar la transición energética. A corto plazo, el margen de maniobra es menor, pero existe.

Hacer frente a este corto plazo requiere determinación, imaginación y solidaridad. Ante la gravedad de la situación, algunas voces han insinuado la necesidad de poner fin a la guerra de Ucrania cuanto antes. Otras, como la del presidente francés, Emmanuel Macron, han planteado la necesidad de adaptarse a lo que ha llamado «economía de guerra». Por supuesto, la guerra de Ucrania solo tiene sentido si tiene un fin negociado. Sin embargo, ceder ante Putin y su sistemática devastación sería el precio más caro que podríamos pagar para el gas ruso. Hablar de economía de guerra no es ninguna distopía, teniendo en cuenta la disposición del líder ruso de sacrificarlo todo, empezando por la vida y el bienestar de los suyos, en beneficio de sus quimeras expansionistas. Sin embargo, nos parece más útil hacer frente a la realidad creada por la guerra paso a paso, empezando por su impacto económico. Buscando, en el caso del gas, alternativas, mediante un aumento de la producción de los países del Golfo, como propone el presidente norteamericano Joe Biden, o acuerdos con Venezuela o Irán, que podían parecer impensables hace unos meses. Hay que acabar con la guerra de Ucrania, pero no parece que esto sea posible mañana, ni pasado mañana, en condiciones que no sean inaceptables para los ucranianos y los europeos. Entretanto, hay que adoptar toda la batería de medidas que están a disposición de la UE y de sus ciudadanos. Disminuyendo el consumo de gas y electricidad, buscando fuentes de gas alternativas y, en un plazo más dilatado, acelerando la transición energética.