La cama como opio de las masas
Sobre vídeos íntimos, la desprotección en internet, las adicciones sexuales y la caída de Boris Johnson
Olga Merino
Periodista y escritora
Escritora y periodista. Master of Arts (Latin American Studies) por la University College of London (Beca La Caixa/British Council). Fue corresponsal de EL PERIÓDICO en Moscú en los años 90. Profesora en la Escola d'Escriptura de l'Ateneu Barcelonès. Su última novela: 'La forastera' (Alfaguara, 2020).
Olga Merino
Lunes, 13 de junio. En el bus. Una chica lleva una bolsa de tela colgada del hombro, una 'tote bag' con una frase estampada: «Mi fantasía textual es que me comas y punto». Voy camino de la gestora para que me ayude con la renta, después de haberme pasado la tarde del domingo sumando las dichosas facturas del autónomo. Los nombres que aparecen en los recibos de los taxis podrían ser personajes de novela: Willman Soto Palomino, Nemesio Torralbo Gavilán, Hussain Bibi Tasaddaq, José Manuel Manchado Alcudia… ¿Qué secretos guardarán?
Domingo, 19. Pegada con celo en una pared, una fotocopia dice: «¿Sexo?, ¿porno?, ¿'apps' de citas? La atracción excesiva al sexo puede afectar negativamente a quien lo sufre». El anuncio ofrece un servicio confidencial y gratuito, dirigido a hombres. Fotografío el número de móvil. Por la noche, las teles desmenuzan el batacazo de la izquierda en las elecciones andaluzas.
Miércoles, 22. Fundació Tàpies. Acudo a ver la exposición titulada 'Melancolía', con algunos de los cuadros que pintó en los años 90. La muerte de su madre y algunos problemas de salud lo deslizaron entonces hacia una etapa de tristeza y sensación de derrota, agravada por la caída del Muro de Berlín y la posterior descomposición del mundo soviético. Una cartela recuerda la importancia en Tàpies de la silla, como espacio para el pensamiento, y de la cama, donde nacemos y morimos. En el lecho transcurren, además, la enfermedad —si es llevadera también invita a la reflexión— y el sexo. Quizá todo lo importante de la vida pasa en la cama. Onetti salía poco de ella.
Jueves, 23. Un amigo me desea una feliz verbena, que no celebro, y al rato me manda por WhatsApp el vídeo sexual de un actor muy conocido. Inevitable mirarlo, pero el único escándalo ahí es la desprotección en internet, cómo basta un clic para joderte la vida durante una temporada. La quebradiza frontera entre lo íntimo, lo privado y lo público. Soberbia la lección de la mujer del actor: «Yo no soy una víctima, ni él es mío ni yo soy suya».
Viernes, 1 de julio. Me regalan 'No me acuerdo de nada', que publica Libros del Asteroide. Abro una página al azar y, entre las 25 cosas con las que la gente tiene una capacidad desconcertante para sorprenderse continuamente, la periodista Nora Ephron destaca: «La pornografía es el opio de las masas». Otra: «Nunca se conoce la verdad de un matrimonio, ni siquiera del propio». A nuestra edad, entre los amigos emparejados escasean las aventuras excitantes. ¿O no? En verdad, nadie conoce a nadie.
Miércoles, 6. Otro anuncio raro por la calle, esta vez un adhesivo pegado a un semáforo: «Dale a tu hueco alegría, Macarena». Se trata de un portal para poner en alquiler una mesa vacía en la oficina o una sala sin utilizar, con el fin de generar ingresos extra. Lo picante siempre es buen señuelo. Dudo si llamar a la fotocopia del sexo… Me llama poderosamente la atención.
Jueves, 7. Al final, marco el número de la adicción. Me presento como periodista, a ver qué rasco. Esperando encontrar un gabinete de psicólogos o algo así, responde un caballero muy educado que comparte su experiencia de modo altruista. Reconoce haber estado 20 años enganchado al sexo. ¿Y lo telefonean? Ya lo creo. Sobre todo hombres dependientes del porno en internet, de los masajes con final feliz, de la prostitución, con parafilias u obsesiones. Si se tercia, se toma un café con ellos. «El sexo no es malo —dice—, sino la relación que establecemos con él. Para algunos, no representa un problema, como en todas las adicciones; otros, en cambio, lo viven con sufrimiento». Dice haber detectado muchísima soledad en esas conversaciones. (Este hombre tiene una buena entrevista, pienso).
Viernes, 8. Ha caído Boris Johnson, el artista del Brexit. 'The Daily Mail' lo llamaba ayer en portada «'the greased piglet'»; es decir, el lechón o cerdito engrasado, por su escurridiza habilidad para escabullirse de los marrones. Agresivo, demagogo y embustero. Nombró a Chris Pincher responsable de disciplina parlamentaria de los 'tories', a sabiendas de las acusaciones de acoso sexual que pesaban contra él, quien había manoseado, sin su consentimiento, a dos hombres en un club privado de Londres. A Johnson no lo ha tumbado la elección, sino la mentira.
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