El loco verano de 2022
He decidido que voy a comprarme un arma. Hay una armería cerca de casa, ya va siendo hora de entrar
Care Santos
Escritora
Hace unas cuantas semanas escribí un artículo sobre la huelga de los docentes en el que repetía de un modo machacón, ante la que les estaba cayendo, que por nada del mundo quería ser docente. Al día siguiente una maestra argentina a quien mis palabras habían ofendido mucho me decía en Twitter que su colectivo me despreciaba y que ella personalmente se sentía muy feliz de que yo no me dedicara a su noble oficio. Todo eso entre insultos y descalificaciones, claro.
Así que por si acaso la maestra argentina, o el propietario de una armería o cualquier otra alma sensible lee este artículo y comienza a sentirse ofendido, voy a aclarar desde el principio lo siguiente: gente, voy a ponerme irónica. Y, por si acaso, me permito recordar que la ironía es una expresión en la que se da a entender «algo contrario de lo que se dice, generalmente como burla disimulada».
Bien, pues vamos allá.
He decidido que voy a comprarme un arma. Hay una armería cerca de casa, ya va siendo hora de entrar. No sé cómo es el dueño. ¿Me mirará con disimulo? ¿Me dirá «qué le pongo»? ¿Habrá ofertas «dos por una»? No tengo ni idea de qué quiero, la verdad, pero le diré cuáles son mis propósitos. Quiero practicar el entretenimiento del verano. Seguro que el vendedor, como yo, ha visto las noticias. Sabe que hay tiroteos por todas partes. Ya no solo en Estados Unidos, donde empiezan a parecer una tradición, como los desfiles o las banderitas. También en la civilizada Dinamarca, en el estricto Japón, aquí mismo. Todo el mundo se lía a tiros con su prójimo. Y si lo hacen todos, por algo será, digo yo.
Cuando tenga el arma, saldré a estrenarla. Primero lo anunciaré por internet, claro. Sin esconderme de nada. En mis vídeos de TikTok dejaré claras mi perversidad y mi gilipollez. Por supuesto, no esconderé mi nombre. Ni mi cara. Me filmaré en el baño, frente al espejo, y lo contaré todo, con pelos y señales. Luego saldré, lo haré y lo grabaré.
Elegiré un lugar poco habitual. Una biblioteca, por ejemplo. Ya me imagino entrando por la puerta como una Llanera Solitaria, con mi semiautomática en bandolera. La cara de estupefacción de las bibliotecarias. Un montón de páginas revoloteando tras los disparos. Las sirenas de la policía, los curiosos, las cámaras de televisión. Alguien cerrará mi cuenta de TikTok. Mi nombre se unirá a la lista de los asesinos del verano loco del 2022. Qué divertido todo.
No se lo van a creer (atención: la ironía sigue). ¡El señor de la armería no quiere venderme el arma! Habla de licencias y no admite sobornos. Le he gritado que soy mayor de edad, que sé lo que me hago, pero ni por esas. ¿Y ahora, qué? ¿Cómo se supone que tengo que divertirme? ¿Por qué no podemos ser en todo como Estados Unidos, ese país que está por todas partes, queramos o no? En fin, ya veo que tendré que contentarme con ver ‘Dexter’ y comer hamburguesas. Menuda lata.
¡Ah, se me olvidaba! Mando un saludo muy entrañable a mi profesora argentina, por si me está leyendo.
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