Décima avenida

Vientos de recesión: el verano por montera

Hartos de crisis, pandemias, guerras y desgracias, los años 20 del siglo XXI son los del carpe diem

Ambiente en las playas de Barcelona , playa de la Nova Icaria

Ambiente en las playas de Barcelona , playa de la Nova Icaria / FERRAN NADEU

Joan Cañete Bayle

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Como cantaba Javier Krahe, una encuesta he hecho a mi alrededor, y los resultados son abrumadores: en mi entorno, la sensación es que bares y restaurantes están siempre llenos y que el servicio es mucho más lento por la falta de personal. Es habitual ver bares aún con terrazas-covid y mesas en el interior a las que solo dan servicio un empleado en la cocina y otro para la barra y las mesas. A todas luces el camarero no da más de sí y la espera es mayor que la recomendable. Los datos indican que los resultados de mi pequeña encuesta no van tan desencaminados: el sector de la hostelería busca camareros pero no los encuentra a pesar de que en Catalunya 13.000 constan como registrados en las oficinas de empleo. Igual explica esta descompensación el hecho de que en el periodo entre crisis (2008-2020) el sueldo de un profesional de la hostelería haya pasado (según datos del INE) de 997 euros al mes a 1.009 (en 14 pagas), lo cual, descontada la inflación en este periodo, conlleva una pérdida de poder adquisitivo del 14,1%.  Si a ello se le añade los horarios y las condiciones de trabajo, parece ser que a muchos no les compensa. 

En pleno verano del carpe diem, en el que sin reserva resulta muy difícil cenar casi en ninguna parte (de nuevo así me lo indica mi encuesta Krahe), la falta de empleados tiene efectos perniciosos sobre la calidad del servicio. Pero no importa demasiado: antes de congelarnos en otoño, parece que colectivamente se ha decidido apurar de un trago el verano incluso aunque las cañas y las bravas tarden más de lo habitual en servirse. Ni la inflación, ni la enésima ola del covid ni los nubarrones que vienen del norte parecen acongojarnos. 

Los datos

Los economistas hablan de reservas hechas antes de la guerra en Ucrania, de bolsas de ahorros generadas por la pandemia, de la inyección de cash de los fondos europeos. Pero los números y los datos no lo explican todo: las fotografías del chupinazo de los Sanfermines no eran las clásicas de desenfreno de los años prepandemia. Había desenfreno, claro, y alcohol y las camisetas blancas teñidas de vino, pero las imágenes también mostraban un corte de mangas colectivo a cenizos, guerreros, aburridos, epidemiólogos, porcentajes, tipos sin interés, tertulianos y funcionarios de bancos centrales. Lo de este 15 de agosto en España será digno de ver, será el fin del mundo al son de las orquestas Eclipse y Maravilla que pueblan el país. Y después, pues ya veremos qué hacemos, qué bien supo leer Isabel Díaz Ayuso el estado de ánimo colectivo, el viento de los tiempos.

La relación entre economía y psicología está más que estudiada. Si todos decimos a todas horas que en otoño entraremos en recesión, si nos convencemos de ello, podemos dar por seguro que efectivamente entraremos en recesión. A los hechos (el precio de la energía, el aumento de los tipos de interés, el encarecimiento del crédito y las hipotecas, por ejemplo) se le unirán el parón de consumo propiciado por el estado de ánimo pesimista en familias y empresas. Tal vez sí, tal vez no entraremos en recesión. Lo que seguro que podemos saber ya es que el sueldo de los camareros no aumentará en otoño igual que no han subido con la escasez de mano de obra en verano, apostar a salarios bajos es una baza segura en la economía española. 

Las mentalidades germánicas observan con recelo, y hasta estupor, el verano del carpe diem. Nos cuentan que en el resto de Europa se están preparando para el otoño y para el invierno, que como bien se sabe es cruel e inhóspito cuando de Rusia solo llega viento siberiano y no gas. Es la versión geoestratégica y macroeconómica de la fábula de la hormiga y la cigarra, en la que los españoles de a pie juegan el papel de irresponsables que no saben por dónde van los tiros comparados con nuestros juiciosos vecinos. Obvian estos apóstoles de la austeridad que los aeropuertos colapsados son europeos, que los turistas que van a regar de euros nuestras costas y bares este verano también son europeos y que el mal humor y hartazgo pospandémico está en todas partes: miren, si no, a Boris Johnson, Emmanuel Macron y la popularidad menguante de Joe Biden.

Hartos de crisis, pandemias, guerras y desgracias, los años 20 del siglo XXI son los del carpe diem. ¿Irreflexivo? Tal vez. ¿Habrá resaca? Seguro, y de las duras. ¿Comprensible? También. Y positivo: el verano del que nos quiten lo bailao llenará las despensas de muchas hormigas para que no sean cigarras en otoño. Siempre que no trabajen de camareras, claro.

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