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Boris Johnson tensa la cuerda

La decisión del ‘premier’ de mantenerse en Downing Street hasta su relevo en otoño alimenta una disputa interna en su partido que en nada beneficia al Reino Unido

boris johnson

boris johnson / agencia

El empeño de Boris Johnson en controlar hasta el final el tempo para elegir a quien le sucederá al frente del Partido Conservador y del Gobierno amenaza con abrir una crisis dentro de la crisis: la división en las filas tories entre quienes quieren que los plazos se acorten al máximo y quienes sostienen que hay que dar tiempo al tiempo para permitir el mayor número posible de aspirantes a dirigir el partido. Varios de los ministros recién nombrados para completar el Gobierno de transición hasta el relevo de otoño se cuentan entre los defensores de una transición larga; los seis o siete nombres que se barajan desde el jueves como posibles sucesores de Johnson presionan para que el proceso sea lo más corto posible. Entre unos y otros se encuentran la mayoría de los medios de comunicación, los actores económicos y sociales y el Partido Laborista, que exigen que Johnson desaloje el 10 de Downing Street cuanto antes mejor.

Lo cierto es que carece de sentido demorar lo inevitable cuando las previsiones a la vuelta de las vacaciones requieren el concurso de un Gobierno fuerte, liberado de la hipoteca de los escándalos que han pespunteado el mandato de Johnson. No solo porque la guerra de Ucrania amenaza con lastrar todas las previsiones de crecimiento hechas a principios de año, cuando se creyó que 2022 iba a ser el ejercicio de la gran recuperación, sino porque el Reino Unido debe afrontar problemas específicos, resultado del Brexit. Entre ellos la compleja adecuación de sus relaciones con la Unión Europea, incluido el vínculo de Irlanda del Norte con los Veintisiete, pactado en su día por Johnson y que luego este corrigió sobre la marcha mediante una ley 'ad hoc'.

Las prisas de muchos conservadores para encontrar la salida del laberinto tienen que ver también con la necesidad de sanear la imagen del partido y llegar al final de la legislatura con opciones ciertas de vencer a los laboristas. Pero para dar la vuelta a lo que hoy vaticinan las encuestas, una erosión sin freno del partido gobernante, es preciso que la presencia y el recuerdo de Boris Johnson se desvanezcan cuanto antes, como se afanan en señalar de forma más o menos encubierta algunas de las personalidades 'tories' más relevantes, presentes varias de ellas en el Gobierno hasta que dejaron al 'premier' a su suerte hace unos pocos días cuando la situación en Downing Street se hizo insostenible.

De ahí que una vez acreditada como errónea la creencia de Johnson y su entorno de que la hiperactividad del primer ministro en apoyo de Ucrania y la difuminación de la pandemia iban a ser su tabla salvadora, cunda la impresión de que el único objetivo que persigue es desafiar por última vez a sus adversarios y aprovechar las vacaciones parlamentarias para perjudicar a quienes en mayor medida aceleraron la quiebra de su Gobierno. Un rumbo desastroso porque propicia una situación que en ningún caso despeja el futuro del Partido Conservador y desgasta su imagen a ojos vista.

En otras circunstancias, el laborismo se habría apresurado a reclamar la disolución del Parlamento y la convocatoria anticipada de elecciones para resolver el crucigrama. Pero en la perspectiva de un otoño de pesadilla, con la inflación y la recesión cogidas de la mano, Keir Starmer se limita a pedir a Johnson que acelere el relevo,consciente el líder laborista de que una convocatoria electoral anticipada con tantos nubarrones en el horizonte sería un regalo envenenado. Algo que es tan cierto como que tal estrategia facilita a Johnson perseverar en su plan de seguir en el número 10 hasta octubre y de condenar a los conservadores a una larga disputa interna antes de investir al nuevo líder. Todo muy calculado, pero en nada beneficioso para el Reino Unido.