La nota | Artículo de Joan Tapia

Adiós a un demagogo

Boris Johnson ha caído por su personalismo, porque el nacionalismo del Brexit fue un error y por la autonomía de sus diputados

Boris Johnson

Boris Johnson / REUTERS/John Sibley

Joan Tapia

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Boris Johnson, primer ministro desde 2019 y propulsor del referéndum del Brexit del 2016, ha dimitido. Varios y sonados casos habían confirmado su desmedida tendencia a la mentira y la deshonestidad. Llegó incluso a ser multado por haber celebrado animadas fiestas en el propio Downing Street violando las severas normas de confinamiento de su Gobierno.

Johnson ha sido siempre un combativo demagogo. En 2008 fue elegido alcalde de Londres enfundado en el ultraliberalismo. En cambio, abogando por el Brexit y en las elecciones de 2019, en las que tuvo una gran victoria, recurrió al discurso nacionalista (que el poder de Bruselas vuelva a Londres), contra las élites e incluso estatista para captar el voto laborista alarmado por la pérdidas de empleos industriales. Se puede prometer todo, aunque sea imposible, para alcanzar el poder. Llegó a comparar la Unión Europea con el nazismo y preguntado por la oposición empresarial al Brexit contestó: “A la mierda, el 'business'”.

Johnson, populista como Trump, era diferente: culto, sensible al cambio climático y, tras un primer momento, eficaz en la vacunación contra el coronavirus. Pero ha sido víctima de dos grandes errores. Uno, con la ventaja de 80 diputados, el gran éxito del 2019 -contra el líder laborista, Jeremy Corbyn, el más sectario e incompetente en muchos años-, creyó que se podía permitir todo. Dos, el gran problema de Inglaterra no era Europa sino la desindustrialización. Logrado el Brexit, se quedó sin programa positivo y no ha sabido asumir la necesidad de una política económica coherente. Solo lucía el crónico conflicto con Bruselas y la firme defensa de Ucrania frente a Putin. Pero, por encima de todo, los desórdenes de su conducta y la de muchos de sus colaboradores. 

El momento decisivo fue el martes cuando dos relevantes ministros (Economía y Salud) salieron del Gobierno pidiendo su dimisión. Y en 48 horas se han sumado otros tres miembros del Gabinete y hasta 50 ministros junior y altos cargos. Al final, Johnson no ha podido resistir y ha tirado la toalla, aunque siempre combativo intentará quedarse en funciones hasta que el partido elija un nuevo líder. Es difícil que lo logre.

En el fondo ha caído por su personalismo extremo, que le llevaba a compararse con Winston Churchill (sobre el que escribió una biografía),y porque el Brexit ha sido un populismo tan rentable como un fútil programa de gobierno.

Por otra parte, su caída subraya una gran virtud del parlamentarismo británico. El diputado de distrito, elegido personalmente en una circunscripción, es bastante dueño de sus actos. No es casi un burócrata del partido como en España, donde si la dirección te quita de la lista estás muerto. Y en junio muchos diputados conservadores, cuando creyeron que Johnson había perdido el norte, exigieron que el grupo parlamentario votara sobre su continuidad. Ganó, pero casi la mitad de los diputados (el 41%) votaron en su contra. Quedó muy tocado.

Y ahora otra conducta deshonesta -la gota que colma el vaso- de uno de los suyos (al que protegió) ha liquidado su carrera. La autonomía del diputado británico frente a la máquina del partido tiene problemas, pero también ventajas. Ni Aznar ni Zapatero pensaron nunca que una votación libre de sus diputados podía expulsarles de La Moncloa. 

Un historiador inglés escribió que el partido conservador era una férrea dictadura dulcificada -eso sí- por la posibilidad del asesinato. Ahora, como ya pasó con Thatcher, Major y Theresa May, se ha vuelto a comprobar.

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