Boris Johnson, pato cojo
Se ha afanado en cultivar una imagen, mezcla de extravagancia y afición al 'coup de théâtre', desde la campaña del referéndum del Brexit, y mucho más a partir de la victoria electoral por mayoría absoluta de 2019
Albert Garrido
Periodista
Boris Johnson es desde hace meses la encarnación británica del pato cojo ('lame duck'), apelativo que se aplica en Estados Unidos al presidente en los dos últimos años de su segundo mandato, cuando incluso los suyos lo consideran una figura política amortizada porque no puede presentarse a la reelección. Como el interesado ha dicho al dar curso a su dimisión como líder del Partido Conservador, “nadie es indispensable en la vida política”, pero ha sido preciso que una cincuentena de miembros del Gabinete y adláteres pusieran los pies en polvorosa para que llegara a esta vieja conclusión. Podía haber adelantado la despedida mucho antes de haber prestado atención a la historia, a los finales de carrera de Margaret Thatcher y Theresa May, que a pesar de superar en su día sendas mociones de confianza de su partido, como es el caso de Johnson, vieron tan erosionada su capacidad para controlar el desarrollo de los acontecimientos que acabaron dimitiendo.
La gran diferencia entre sus dos predecesoras y Johnson es que él se ha afanado en cultivar una imagen, mezcla de extravagancia y afición al 'coup de théâtre', desde la campaña del referéndum del Brexit, y mucho más a partir de la victoria electoral por mayoría absoluta de 2019, hasta desbordar con mucho los límites del gusto por lo no convencional que la tradición otorga a la clase dirigente británica. Todo ello en medio de la pesarosa realidad de la pandemia y de la sensación dejada por el 'partygate': que el 'premier' llegó a sentirse autorizado a ejercer cierto grado de impunidad y a tener derecho a tomar una copa con los amigos al final de una jornada de trabajo mientras el resto del país se atenía a restricciones de todo tipo.
De ahí que sea fácil compartir la opinión de Keir Starmer, líder laborista, cuando dice que Johnson “siempre estuvo incapacitado para el cargo”. De ahí también que resulte ahora supuestamente muy rentable dedicarle epítetos –peligroso, una vergüenza– a los aspirantes a sucederle, sumidos en la carrera para hacerse con el liderazgo en el campo conservador. “Solo Dios sabe lo que es capaz de hacer”, ha dicho un diputado 'tory' bajo reserva de anonimato ante la perspectiva de que Johnson siga en Downing Street hasta otoño, pero el primer ministro ha sido desde antiguo “imprudente y errático”, como ha afirmado otro integrante de los Comunes, imprevisible y desorganizado desde siempre, incluso en sus días en la alcaldía de Londres, cuando nadie hubiese sido capaz de vaticinar que, con el correr de los años, mutaría en 'brexiter'.
Es esa constante distintiva del personaje, 'outside the field', para un analista de la BBC, la que llevó ayer a sostener a Gaby Hinsliff, una reputada columnista del diario 'The Guardian', que los conservadores deben “agachar la cabeza de vergüenza porque Boris Johnson es el peor líder que hemos conocido”. Ese es un debate recurrente en las viejas democracias; todas en algún momento han tenido la impresión, no siempre con razón, de haber caído en manos de un incompetente absoluto. Sucedió en Francia con Édith Cresson durante los 11 meses que estuvo al frente del Gobierno (1991-1992) y en Estados Unidos con la presidencia de George W. Bush (2001-2009), y se reabrió allí la discusión con la instalación de Donald Trump en la Casa Blanca, tan abusivamente divisiva. Tanto como lo han sido los tres desconcertantes años de Johnson en Downing Street, esforzado cultivador de comportamientos chocantes.
¿Puede rehacerse el Partido Conservador de la herencia johnsoniana y acabar la legislatura? No le queda más remedio: todas las encuestas dan entre ocho y 10 puntos de ventaja al Partido Laborista si ahora se celebraran elecciones. Pero acaso pese aún más en el ánimo del sucesor de Johnson, sea quien sea, el convencimiento de que tan culpables como el 'premier' del desaguisado lo son sus discípulos, 'spin doctors' y miembros del Gobierno que le rieron las gracias, dimitidos –huidos– ahora a toda prisa para escapar del incendio. Los conservadores necesitan tiempo para corregir el rumbo y regresar a conductas políticas más predecibles antes de someterse a la prueba de las urnas, y aun así es seguro que echarán en falta a un laborista como Jeremy Corbyn, que con su grisura facilitó la llegada de Johnson a la cima.
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