Artículo de Ernest Folch

La segunda confesión de Jordi Pujol

La entrevista de Cuní planeará con el tiempo sobre nuestras cabezas como un recordatorio espectral de nuestro pasado

Jordi Pujol, durante la entrevista con Josep Cuní

Jordi Pujol, durante la entrevista con Josep Cuní / EL PERIÓDICO

Ernest Folch

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El pasado viernes, la astucia y el oficio de Josep Cuní consiguieron un milagro en su último día al frente de su programa matinal: por primera vez desde aquel fatídico 25 de julio de 2014, el famoso día de la confesión, pudimos escuchar la voz de Jordi Pujol confrontada a las preguntas de un periodista. Aunque fuera tarde, en formato reducido y anunciada por sorpresa la misma mañana, escuchamos por fin la entrevista más deseada en Catalunya de los últimos ocho años. Y quizá porque fui una de esas tantas personas a las que el ‘expresident’ decepcionó profundamente (para admirarlo nunca hizo falta votarlo), escuché la entrevista en estado de semiconmoción, puesto en pie y al lado de otro monstruo de la radio como Jordi Basté, conscientes todos que estábamos asistiendo a uno de estos momentos irrepetibles que solo puede dar la radio.

Fueron 48 minutos inolvidables, de una tensión emocionante, en los que lo que se dijo fue casi tan trascendente como lo que se calló o solo se insinuó. Cuní, un viejo lobo del periodismo, decidió con buen criterio no asaltar el castillo de la 'deixa' de entrada sino que fue merodeando lentamente la presa codiciada, sin desanimarse por la resistencia aparente y un tanto retórica que ofrecía Pujol. El principio de la intervención del ‘expresident’ fue como el reencuentro con un animal mitológico proveniente de nuestro pleistoceno político, pero antes de dejarse vencer por Cuní, Pujol envió un sonoro mensaje al independentismo más puro al decir que se había subestimado la importancia de España (de la que dijo que "siempre ahoga al que tiene al lado"), y lanzó un recordatorio: "Yo fui nacionalista, pero no independentista". Ya con su oponente ablandado, Cuní clavó su cuchillo periodístico al corazón del entrevistado con la pregunta nuclear sobre su familia, y allí por fin salió el titular del año: "Pondría la mano en el fuego por casi toda mi familia", con este histórico "casi", que sugería que quizá soltaba lastre, se desmarcaba de su hijo mayor Jordi Pujol Ferrusola, y por omisión empezaba a señalar culpables internos del drama vivido.

Fue algo así como una segunda confesión, ocho años después de la primera, en la que pareció decirnos que con el tiempo empezaba a admitir que no todo había sido una simple persecución política. Quizá por eso repitió un par de veces la frase bíblica de "vivo instalado en el dolor", confirmando su particular drama ‘shakespeariano’. A pesar de todo, quedó la sensación de que el ‘president’ salió mejor de la entrevista de como había entrado, y que a sus 92 años, y en el tiempo de descuento, puede ser todavía capaz de recuperar algo de la autoridad perdida. Queda una última duda, dada la cobertura mediocre que tuvo este monumental acontecimiento periodístico, que ni siquiera fue mencionado en ninguna portada de los grandes periódicos al día siguiente. ¿La poca repercusión se debe a que Pujol ha perdido definitivamente el crédito que tenía, o quizá a que ya nadie lo siente suyo? ¿Es porque nos incomoda o porque no sabemos qué hacer con él, que es lo mismo que decir con nuestro pasado? Con o sin titulares, la entrevista de Cuní a Pujol, con el tiempo, planeará sobre nuestras cabezas como un recordatorio espectral de nuestro pasado. Preguntas de Cuní que inevitablemente irán generando más preguntas. Y que el presidente Pujol, por respeto a él y a todos nosotros debería responder, a tumba abierta, antes de que sea demasiado tarde. Si tanto quiere a su país, que nos explique, en primer lugar, por qué narices ha tardado ocho años en conceder una entrevista.

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