Artículo de Carles Francino

Un mundo de animaladas

Hace tiempo que noto en el aire vibraciones desconocidas, inexplicables

Varias personas tendidas en el suelo tras intentar saltar la valla de Melilla.

Varias personas tendidas en el suelo tras intentar saltar la valla de Melilla. / AMDH-NADOR

Carles Francino

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Siempre me ha fascinado la capacidad de algunos animales para olfatear los desastres naturales. Es verdad que no siempre les sirve para esquivar la muerte, como hemos comprobado en el pavoroso incendio de Zamora; pero insisto: me asombra que esos animales, a los que tan superiores nos sentimos, sean capaces de detectar el peligro antes que nosotros. Quizá por eso he llegado a la conclusión de que los humanos, a medida que cumplimos años, igual desarrollamos alguno de esos poderes sobrenaturales que atesoran gatos, perros o elefantes. Yo, al menos, hace tiempo que noto en el aire vibraciones desconocidas. Inexplicables. Tan pronto está el personal acongojado por el puñetero virus como se produce un destape general de mascarillas; y el bicho se pone las botas, claro. Que la luz o los carburantes hayan escalado a precios estratosféricos o que las sandías amaguen con ser artículo de lujo, no impide que gran parte del personal se disponga a lanzar este verano la casa por la ventana. Lo que pasa es que ese desenfreno consumista-comprensible de algunos, contrasta con el cabreo y la frustración de otros muchos que no tienen nada para echar por esa ventana, como no sean sus ilusiones.

Si encima nos asomamos al mundo aparecen imágenes insoportables de negros apaleados en nuestra frontera; sí, negros, hay que subrayarlo porque tal vez sea su color uno de los motivos de que les arreen tan duro. Y vendrán más, porque la guerra que ha desatado un loco con sueños imperialistas les da el tiro de gracia. Pero el dinero, mucho dinero, que podría emplearse para ayudarles, se utilizará para una compra masiva de armas; justificable, sin duda, porque el loco en cuestión y algunos que le bailan el agua son muy peligrosos. Pero chirría. Y que los mismos que han bendecido esta escalada se hagan fotos en un templo de la cultura como el museo de El Prado, no deja de ser una cruel paradoja. Resumiendo: que hay algo raro en el ambiente. Me gustaría poder consultar a algún animal, pero no de los de dos patas. No me fío.

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