Covid-19

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El contexto de la séptima ola

Instalados en un verano radicalmente distinto de los dos anteriores, el repunte de contagios nos recuerda la necesidad de mantener la prudencia ante el virus

Una sanitaria hace un test de covid a una mujer en Barcelona.

Una sanitaria hace un test de covid a una mujer en Barcelona. / Ferran Nadeu

La aparición de la mutación BA.5 del coronavirus, una subvariante de la ómicron, ha provocado lo que ya podemos definir como una séptima ola de infecciones, con un aumento significativo de casi todos los parámetros que nos permiten valorar la incidencia de la enfermedad. La BA.5 ya es mayoritaria en Catalunya (la mutación representa más del 80% de los nuevos positivos) y su alta capacidad de infección ha provocado un incremento notable de las consultas en los CAP y de hospitalizaciones. En las últimas semanas de junio se han duplicado los pacientes ingresados en las ucis (se ha pasado de 26 a 46) y la cifra de visitas diarias a los centros de asistencia primaria se han elevado a 19.000. Aunque la monitorización de la enfermedad dejó de llevarse a cabo de manera genérica en cuanto se impuso la política de la llamada gripalización del virus, los datos nos hablan de más de 1.500 personas hospitalizadas por covid, con una velocidad de propagación del virus (Rt) de 1,22, con una positividad alta, un 25,4%, muy por encima del mínimo del 5% que la OMS prescribe para tener controlada una epidemia, y con un índice de más de 400 casos por cada 100.000 habitantes. 

Es evidente, pues, que el covid sigue entre nosotros y que conviene recordar en todo momento que sigue siendo una amenaza para la salud pública. Al mismo tiempo, sin embargo, es necesario contextualizar los datos actuales. En el pico de la sexta ola (enero y febrero de este año) la tasa de casos llegó a superar los 3.000 por cada 100.000 y la Rt rozó el 2, con cerca de 600 personas ingresadas en las ucis. En cuanto a las visitas a los CAP, el 10 de enero se batió el récord con 110.000 asistencias. Es decir, nada que ver. La innegable incidencia de la vacunación masiva, el retroceso de la capacidad de mortalidad del virus y la aparición de variantes más contagiosas pero menos agresivas tienen que tranquilizar a una población que, poco a poco, ha ido habituándose a la nueva normalidad, sin más restricciones que las relativas a los transportes o a los centros sanitarios. Los casos más graves, además, se refieren ahora principalmente a personas de edad avanzada con alguna enfermedad de base.

Los expertos insisten en que el covid acabará siendo una enfermedad respiratoria más, con sus altibajos, pero al mismo tiempo recalcan las recomendaciones sobre el uso de la mascarilla de la población más vulnerable en espacios cerrados y la aplicación del sentido común en las interacciones sociales ahora normalizadas. Se prevé que el pico de esta ola llegue a mediados de julio, con unas 20.000 visitas diarias a los CAP y con unas 3.000 hospitalizaciones y el consiguiente incremento de atenciones en las ucis. Una circunstancia controlable, pero agravada por dos factores que encienden la alarma: las propias bajas entre trabajadores sanitarios y las vacaciones en un colectivo que en estos más de dos años ha llegado al límite. Al mismo tiempo, el Departament de Salut ha pedido al Ministerio de Sanidad que se adelante la cuarta dosis de vacunaciones a los mayores de 80 años, sin esperar al otoño o a tener vacunas específicas para las nuevas variantes. Todo ello, con el afán de reducir la incidencia en los grupos más frágiles y de evitar un potencial aumento de la actividad hospitalaria, verdadero barómetro de la epidemia. 

Instalados en un verano radicalmente distinto de los dos anteriores, sin ceder al alarmismo, debemos ser conscientes de la necesidad de mantener la prevención para que los registros actuales no deriven en un hipotético colapso del sistema