En defensa de Laura Borràs, a mi pesar
Albert Soler
Periodista
El gran problema de Laura Borràs, tan grande como ella misma, es que muchos -incluso en sus propias filas- la estaban esperando con el puñal entre los dientes por su arrogancia. Lo que les sucede es que confunden su permanente sonrisa estúpida con una sonrisa arrogante, pero la de Laura Borràs es solamente una sonrisa estúpida, como corresponde a su portadora. Ahí no hay arrogancia, cómo va a haberla en alguien que no tiene capacidad ni valía alguna. Ese tomar por arrogancia lo que no era sino estupidez, le ha creado a la Borràs muchos enemigos, y eso que la pobre se ha esforzado en dejar claro, a la menor ocasión, el motivo de su sonrisa. Así pues, seré yo, que jamás he tomado su sonrisa por arrogante sino por lo que era, quien la defienda ante la caza de brujas de que es objeto. Vamos allá.
Laura Borràs está siendo objeto de una persecución por delitos políticos. Cierto que está acusada de malversación, prevaricación, fraude y falsedad documental; pero de no haber sido política no habría tenido ocasión de cometerlos y, por tanto, no estaría a un paso de ser condenada. Si en lugar de dedicarse a la política se hubiera dedicado a anunciar dentífricos -dicho sea para aprovechar lo poco que ha demostrado saber hacer- no hubiera malversado, ni prevaricado ni cometido fraude ni falseado documentos. Estamos, por tanto, ante un caso claro de delito político. Por ese mismo motivo, quienes fueron acusados de sedición, siguen sosteniendo que fueron presos políticos: si no se hubieran metido en política, no habrían delinquido.
La Borràs es una víctima del sistema, se la persigue por sus ideas. La buena mujer tuvo -presuntamente- la idea de fraccionar un contrato para beneficiar a un amiguete, ya lo ven, una idea que encima era altruista. Según el fiscal, no contenta con tener la idea, después la llevó a cabo, pero en el origen de todo estaba la idea. ¿Cómo se puede acusar a alguien por sus ideas? ¡No se pueden encarcelar las ideas!, o como fuera el eslogan que se puso de moda durante el 'procés'.
Vamos ahora al supuesto delito. Fraccionar un contrato no debería ser ilegal, no por lo menos en Catalunya, esas cosas no ocurrirían en la Republiqueta. Fraccionar un contrato nos remite a manifestaciones tan catalanas como la sardana, una danza en la que, cuando cesa la música, la 'rotllana' se deshace en decenas de fragmentos -los sardanistas-, como si fueran pequeños contratos en busca de adjudicación. A Laura Borràs la perdió su catalanidad. Y también su feminidad: cuántas madres no rompen en numerosos fragmentos la galleta para dársela amorosamente a su retoño, sin que se atragante. ¿Cabe mayor muestra de amor? Pues con los contratos, lo mismo.
Podría incluso argumentarse que actuó imbuida de cierto espíritu religioso: ¿Acaso no partió Jesucristo el pan para que comieran sus discípulos?
-Pero Jesús lo repartió entre 12, no se lo dio a comer a uno solo de ellos.
- ¿Y qué culpa tiene Laura Borràs de tener un solo discípulo, de nombre además tan bíblico como Isaías? ¿Hay que condenarla por haber conseguido 11 seguidores menos que el Señor?
No, rotundamente. No se puede llevar al banquillo a alguien por dar muestras de su catalanidad, de su espíritu maternal y de su sentimiento cristiano. Y de su sonrisa estúpida.
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