Artículo de Jordi Mercader

Escocia, a un paso del 'procesismo'

La propuesta de un referéndum no vinculante no aspira por definición a traducirse en una exigencia automática de un estado independiente

Aragonès se reúne por primera vez con Sturgeon en Glasgow

Aragonès se reúne por primera vez con Sturgeon en Glasgow / Rubén Moreno

Jordi Mercader

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La Ministra Principal de Escocia, Nicola Sturgeon, quiere saber si su gobierno dispone de la competencia para convocar referéndums, aunque sean solo de carácter consultivo, por eso ha mandado al Tribunal Supremo la ley por la que pretende preguntar de nuevo a los escoceses si creen que Escocia debe ser un país independiente. La convocatoria de 2014 fue posible porque David Cameron, el primer ministro británico que puso la primera piedra para el Brexit, transfirió al gobierno escocés la competencia para poder hacerlo. La duda por resolver es si aquella transferencia era definitiva o solamente tuvo carácter transitorio. 

La caída de la Unión Soviética alumbró sin mayor obstáculo una pléyade de nuevos estados; después, la desaparición de Yugoslavia propició unos partos estatales más complejos y ahí se cerró la ventana de oportunidad. En Alemania e Italia los pronunciamientos constitucionales frenaron 'ipso facto' las aspiraciones soberanistas y sus promotores no se atrevieron a retar al estado de derecho. En Canadá, tras dos convocatorias adversas para los independentistas de Quebec, se embarcaron en una disputa jurídica de altos vuelos sobre las condiciones en las que una Provincia federada podía comprometer el futuro de la federación al margen de la soberanía conjunta. En Catalunya, el desdén de sus independentistas por la legalidad constitucional llevó a sus dirigentes a la cárcel; sin embargo, el ‘procesismo’, una ficción para instrumentalizar y avivar periódicamente la ilusión de sus votantes, les permite seguir gobernando la autonomía que dicen aborrecer.

Sturgeon está a la expectativa de sus posibilidades de acción. Tras la victoria del 'No' en el primer referéndum de 2014, ha preferido tantear el terreno jurídico con una iniciativa ‘soft’ en lugar de adentrarse en el pantano de las ilegalidades. La líder del SNP ha advertido que, de no serle reconocida la competencia para convocar referéndums, la doctrina oficial del Reino Unido como una unión voluntaria de naciones quedará como una simple ficción histórica; pero también visitó de inmediato a Isabel II del Reino Unido para regalarle una botella de whisky escocés, en testimonio de su afecto como futura reina de una Escocia independiente.

La propuesta de un referéndum no vinculante no aspira por definición a traducirse en una exigencia automática de un estado independiente para Escocia. Es un intento evidente de capitalizar la oposición mayoritaria de los escoceses al Brexit, confiando en algún gesto de ánimo desde Bruselas para castigar al desleal Boris Johnson. De ganar el 'Sí', potenciaría al SNP que se quedó a un diputado de la mayoría absoluta. Para despejar dudas sobre el plan, Sturgeon, temiendo una respuesta negativa por parte del TS, ya sugirió la opción del plebiscito como magnificación de unas próximas elecciones autonómicas. El 'procesismo' en versión escocesa, una vía que, según la experiencia catalana, no lleva a la independencia, pero resulta muy útil para mantenerse en el poder autonómico.

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