Entender + la sostenibilidad

Anticipar la frugalidad: la 'slow life'

La mayoría de cambios necesitan un factor de presión para ponerlos en marcha, una presión que a menudo es económica. Pero el cambio más difícil es el cultural

Túnel en la línea de tren A Coruña-Santiago

Túnel en la línea de tren A Coruña-Santiago / ADIF

Joan Vila

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En esta transición que estamos viviendo a velocidad frenética, lo más difícil es anticipar las acciones a hacer para prepararse para los acontecimientos de los meses futuros. Por ejemplo, parece razonable pensar que habrá problemas con el transporte en camión, lo cual nos tendría que empezar a hacer pensar si se podrían enviar los productos en tren, a pesar de que el mayor precio del tren sobre el camión todavía hace difícil hacer el cambio. Las tensiones en disponibilidad de materias primas parece que irán al alza, así que deberíamos pensar en fabricar productos cambiando su composición para hacer posible un menor consumo de materias primas y energía, pero el consumidor todavía no parece dispuesto a cambiar la tipología de los productos que ha estado consumiendo hasta ahora.

Sabíamos que había que cambiar la energía fósil por otra renovable y disminuir el consumo, pero el objetivo quedaba muy lejos y daba pereza hacer el camino porque no se veía suficientemente rentable. Lo sabíamos, pero no queríamos actuar, inmersos en una pereza conservadora. Ahora nos lo tendremos que sacar de encima en pocos meses y habrá que adaptarse a nuevos paradigmas a toda velocidad. La mayoría de cambios necesitan un factor de presión para ponerlos en marcha, una presión que a menudo es económica. Por ejemplo, era muy difícil cambiar el gas natural o la gasolina por otras soluciones energéticas mientras el precio del gas era de 20 €/MWh. Pero el cambio es inmediato cuando el precio llega a 150 €/Mwh, e imaginaos si a final de año llega a 300 €/MWh.

Pero el cambio más difícil es el cultural. Acostumbrados como estamos a hacer cosas a mucha velocidad, a hacer viajes de placer para ver muchos monumentos, playas y montañas, y ponerlos a la vista de nuestros amigos, el comportamiento es incompatible con otro modelo de vivir poco a poco, saborear la comida que ha hecho un amigo, sentirse a gusto en una tertulia, agradecer un tiempo de reflexión (como por ejemplo este en el que estoy escribiendo), disfrutar de una buena música en casa o en directo en un concierto, valorar un libro, saborear una obra de teatro o de cine, apreciar el olor de la tierra mojada cuando llueve, sentir el esfuerzo de una caminata o de una excursión en bicicleta, agradecer la cerveza cuando has acabado este esfuerzo, abrazar y dar un beso a las personas que quieres... En fin, todo esto es el vivir poco a poco, la 'slow life', una manera de ver las cosas que seguramente tendremos que redescubrir en unos meses.

Este modelo ya lo vivimos en los años 70, forzados por la riqueza que teníamos en aquel tiempo. Era el final del franquismo, el mundo vivía la guerra de Vietnam, la economía keynesiana llegaba a su agotamiento desde 1945, los jóvenes querían un cambio de modelo con más libertad y los dos 'choques' petroleros del 73 y del 78, fruto de la guerra de Israel con los vecinos árabes, acabaron de hundir la economía mundial. La subida del petróleo del primer choque petrolero llevó España a una inflación del 11,4% y el segundo choque la subió hasta el 24,5% en 1978. A finales de la década de los 70, la economía española se había empobrecido considerablemente, cosa que se agravó por el inicio de la democracia, teniendo que rehacer nuevos equilibrios de renta en la sociedad.

En aquella austeridad era más fácil entender que no se podía ir de viaje en avión. Por ejemplo, fuimos varias veces a Londres en autocar que salía de la plaza Poeta Marquina de Girona y llegaba al día siguiente a la estación Charing Cross en Londres, previo embarque en el Canal de la Mancha. Así fue como fuimos a ver a Quim Corominas, que se había trasladado a Londres a pintar. Todavía recuerdo el día que nos mostró el primer restaurante chino cerca de Picadilly muy emocionado: «por poco dinero te ponen un montón de platos». A París fuimos con un Seat 850, que nos dejó un padre, a 80 km/h para que no se calentara, conduciendo continuamente por turnos los cuatro que íbamos. Cuando le dije a mi padre que el viaje solo nos había costado 5.000 pesetas, no se lo creía, pero los esfuerzos que hicimos para contener los gastos fueron draconianos, durmiendo dos en una cama pequeña, comiendo una ‘baguette’ con embutido de casa en la calle nevando, caminando arriba y abajo por la ciudad. Muchas Semanas Santas marchábamos lejos porque las discotecas estaban cerradas y porque el ambiente retro era inaguantable. Una vez fuimos al País Vasco y recorrimos la cornisa Vasca en tren, parándonos en cada pueblo y durmiendo en los vagones abandonados en las estaciones. Otra fuimos a cala Tavallera, en el Cap de Creus, donde la tramontana nos rompió un palo de la tienda, teniendo que dormir al raso, con la bota de garnacha que ayudó a pasar el frío aquella noche.

Todo esto fue posible porque en Sarrià de Ter tuvimos un grupo de jóvenes organizados alrededor de un local social que el Ayuntamiento cedió, y allá hacíamos nuestra actividad. Desde timbas infinitas de ‘botifarra’ hasta escribir e imprimir la revista ‘Carrilet’, aquellas actividades se extendieron a hacer teatro, organizar campeonatos de fútbol sala, organizar colonias en verano, hacer salidas con niños a la montaña en invierno y viajes en Semana Santa.

El recuerdo de aquellos años es de mucha felicidad. Los sábados llegaba de la escuela de ingeniería de Terrassa (teníamos clase los sábados por la mañana), dejaba las cosas en casa e iba a ver los amigos del ‘Carrilet’. La vuelta era en tren el lunes a las 6:30 de la mañana, pero era un buen momento, quizás porque también había mucha ilusión por ser un buen ingeniero y por construir una nueva sociedad democrática y justa. Ahora no son los mismos parámetros los que se tienen que valorar, pero podemos volver a poner como objetivo común lograr una nueva sociedad con huella de carbono cero, con mercados más locales, con un impulso de los grupos de amigos, con el descubrimiento de las cosas sencillas, una auténtica introspección personal. Es todo un aprendizaje que también nos puede llevar a definir hitos de futuro, nuevos sueños y proyectos, a construir una nueva ideología… En definitiva, una nueva energía potencial. Lo volveremos a hacer, estoy seguro.

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