Opinión | La campaña militar (50) | Artículo de Jesús A. Núñez Villaverde

Kremenchuk no fue un daño colateral

Seguimiento de la situación en Ucrania

Seguimiento de la situación en Ucrania / Orlando Barría

Jesús A. Núñez Villaverde

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Sigue sin conocerse el número exacto de víctimas del ataque ruso, realizado el pasado día 27 con dos misiles contra el centro comercial de Amstor, en Kremenchuk, aunque las estimaciones más fiables hablan de no menos de sesenta muertos y más un centenar de heridos. Tampoco se conocen las verdaderas intenciones del Kremlin para llevarlo a cabo, aunque sus portavoces tratan de presentarlo como el ataque contra un centro de recepción de material militar ubicado en las inmediaciones de un centro comercial que, según Moscú, estaba cerrado, aunque Kiev sostiene que había más de mil personas en su interior.

Estamos, como en tantas otras ocasiones, ante un nuevo episodio de la batalla del relato, con el que cada bando intenta imponer su versión a toda costa. Así, mientras Josep Borrell y las autoridades ucranianas no han dudado en calificarlo como un nuevo crimen de guerra por parte de Rusia; Moscú ha intentado, como mínimo, presentarlo como un daño colateral, no deseado, del que hace responsable a Kiev por exponer a su población civil a los efectos de la guerra. En otras palabras, despreciando otro de los clásicos argumentos fabricados para este tipo de ocasiones -un fallo técnico de los misiles, que habrían destruido un objetivo no deseado-, en este caso Moscú pretende mostrar que Kiev es un actor irresponsable, que no duda en utilizar a sus civiles como escudos humanos para llevar a cabo actividades bélicas, confiando en que el enemigo no responda para no ponerles en peligro.

Desgraciadamente, los daños indeseables -sea por errores de cálculo, por circunstancias climatológicas, por defectos de la munición empleada o por cualquier otro factor a considerar- son consustanciales a todas las guerras. Y la de Ucrania no es ninguna excepción. Pero, como ya se constató en el ataque al teatro de Mariúpol o a la estación de Kramatorsk -por citar solo dos casos-, Rusia tiene una larga tradición en masacrar indiscriminadamente civiles, como parte de un plan tan conocido como antiguo que busca minar la moral de la población y movilizarla contra sus propios gobernantes por no saber defenderla y en demanda de una rendición que evite más sufrimientos.

Visto así, este nuevo ataque solo es un ejemplo más del desprecio de Vladímir Putin por el derecho internacional y del escaso temor que tiene ante una posible respuesta a su agresión contra Ucrania. Basta recordar que el lanzamiento de los misiles se realizó justo al término de la reunión del G-7, celebrada en Alemania, y en vísperas de la Cumbre de la OTAN, celebrada en Madrid. Encuentros ambos en los que la respuesta a adoptar ante invasión rusa ha sido parte fundamental de la agenda a discutir, en búsqueda de nuevas sanciones que fuercen a Moscú a abandonar su actitud agresiva.

Por supuesto, eso no quiere decir que las seis rondas de sanciones aprobadas hasta ahora, más la prohibición de importar oro ruso que acaba de anunciar el G-7, no estén dando resultado alguno. Basta recordar que la agencia Moody’s acaba de confirmar la quiebra de la deuda externa de Rusia, al constatar que los acreedores no han recibido 100 millones de dólares en concepto de intereses de dos bonos que Moscú tenía que abonar antes de pasado lunes. Pero es un hecho que Putin no solo sigue apostando por la vía militar para someter a los ucranianos, sino que incrementa su apuesta por bloquear sus puertos, impidiendo la salida de cereales, y por recortar el suministro de hidrocarburos a unos, mientras lo aumenta a otros (como China e India).

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