Artículo de Georgina Higueras

Una OTAN sumisa y entregada

Europa ha malgastado la oportunidad que le brindó el Brexit de afianzar su unidad y construir una autonomía estratégica que le permitiera jugar de árbitro entre Pekín y Washington

Joe Biden y Jens Stoltenberg,, en la Cumbre de la OTAN en Madrid.

Joe Biden y Jens Stoltenberg,, en la Cumbre de la OTAN en Madrid. / VIOLETA SANTOS MOURA

Georgina Higueras

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La cumbre de la OTAN ha escenificado la rendición de Occidente a las ambiciones ideológicas y políticas del 'hegemon'. Aupado en la brutal agresión rusa, Biden ha logrado que los aliados asuman una estrategia que pretende alejar el fantasma de una guerra civil en EEUU con la advertencia del avance de enemigos exteriores. En Madrid se ha impuesto sin resistencia una dinámica belicista contra Rusia y China de dimensiones extraordinarias, en la que la lucha por la primacía mundial deja en la cuneta las cuestiones relativas a la seguridad humana y del planeta. 

La invasión injustificable de Ucrania y la dictadura de Putin facilitan desviar la atención de la profunda polarización que sufre EEUU, donde la investigación de la Cámara de Representantes desgrana la involucración de Trump en el asalto al Capitolio. El crecimiento desbocado de la desigualdad y la larga inseguridad económica han disparado el populismo, la disfuncionalidad democrática y la violencia, lo que acerca peligrosamente a la hiperpotencia a un enfrentamiento interno. Apuntar a que Pekín y Moscú son los que van “contra nuestros valores e intereses” es una huida, que no solucionará los problemas de la sociedad estadounidense, pero puede desencadenar la tercera guerra mundial. 

El nuevo concepto estratégico adoptado por la OTAN rompe el mundo en dos bloques antagónicos. Tras describir a Rusia como “la amenaza más importante y directa”, arremete contra China y la acusa de emplear todas las herramientas para aumentar su presencia global y proyectar su poder. Afirma que “utiliza su influencia económica para crear dependencias estratégicas” y que pretende controlar sectores tecnológicos clave e infraestructuras críticas. El documento concluye que Pekín “se esfuerza por subvertir el orden internacional basado en reglas, en el ámbito espacial, cibernético y marítimo”.

Stoltenberg repite incansable que vivimos en un mundo más peligroso, competitivo e impredecible. Preparar para el combate a 300.000 soldados, en lugar de los 40.000 actuales, no lo convierte en más seguro. Más armas y mayores gastos militares tampoco sirven para crear la necesaria moderación que requieren estos tiempos ni para calmar la ansiedad de la sociedad. El cambio del discurso diplomático por el belicista aboca al conflicto.

La asistencia a la cumbre de socios del Pacífico, de los Balcanes y del Sur global revela no solo que la OTAN seguirá expandiéndose para incluir incluso a Kosovo, país que España no reconoce (aunque, si se lo mandan, a nadie le extrañaría que lo hiciera después de lo sucedido con el Sáhara), sino también la implicación de la Alianza Atlántica en una eventual guerra para defender a Taiwán y la presión a los países en desarrollo para que se unan al bloque occidental. El ‘éxito’ no ha podido ser mayor para una organización aquejada de “muerte cerebral” tras la vergonzosa salida de Afganistán después de 20 años de combates.

En Madrid se han sentado las bases de un desacoplamiento entre Washington y Pekín que da carpetazo al pragmatismo y la moderación estratégicos que impidieron que la guerra fría derivara en caliente. Con Putin reventando Ucrania, Zelenski clamando que el asesino del Kremlin quiere tragarse toda Europa, EEUU aportando armamento avanzado y el ministro Albares diciendo que hay que preparar a la sociedad porque la guerra “va para largo” todo apunta a que este baño de sangre, que arruina a Europa económicamente y hunde todos los esfuerzos por contener el cambio climático, es la antesala de una mayor contienda. 

La disfunción política que aqueja al mundo occidental no se soluciona buscando enemigos exteriores, más bien todo lo contrario. La inflación y la pobreza energética incrementan la desigualdad y la frustración y actúan como si quisiéramos apagar un incendio echando gasolina. Hay que barrer dentro antes de barrer fuera. Hay que robar la narrativa a los populistas y reforzar los lazos sociales.

Por mucho que Stoltenberg proclame que “la OTAN no es una amenaza para Rusia”, aunque Rusia sí lo es para la OTAN, y que los intereses de EEUU son los de los aliados, es evidente que Europa ha malgastado la oportunidad que le brindó el Brexit de afianzar su unidad y construir una autonomía estratégica que le permitiera jugar de árbitro entre Pekín y Washington. En Madrid la UE se ha decantado por ser el apéndice de EEUU, siempre expuesta al desprecio de presidentes como Trump o al seguidismo sin cuestionamiento de Biden.

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